
El ataque de febrero de 2016 a la mezquita chií de Al- Askara (Samarra, Irak) fue posiblemente el inicio del enfrentamiento sectario y de la guerra civil en Irak.
“No había protección posible en Bagdad, pero sí había ciertos hábitos que permitían pasar desapercibida: desde finales de 2004 vestía exclusivamente con abaya y hiyab iraquíes, usaba zapatos y bolso iraquíes —Yaroub y Jalil solían recibirme con una bolsa de ropa de sus mujeres, nueva a pesa de mis rabietas: prefería ropa vieja y gastada— y había renunciado a salir del hotel con el teléfono satélite, con tarjetas de identidad e incluso con gafas de sol para evitar despertar sospechas en los omnipresentes puestos de control, donde los efectos personales eran examinados. Cualquier cosa delataba la presencia de la occidental —“incluso tus andares, andas como una occidental”, me lanzó un día Yaroub rompiendo todos mis esquemas—, pero la principal baza era el factor sorpresa: nadie esperaba a una periodista extranjera y, además, siempre iba acompañada de dos guardianes. El papel secundario de la mujer en la cultura árabe solía desvíar la atención hacia ellos, cosa que, pese a irritarme hasta el extremo, en el fondo me beneficiaba. Al igual que Javier, acordábamos las entrevistas como si las fueran a realizar mis dos colaboradores: cuando acudíamos, me presentaban como la esposa de uno de ellos y la prima del otro: solo desvelaba mi identidad delante del entrevistado una vez que estábamos solos, con la certeza de que cuantas menos personas supieran de mi presencia más complicado sería organizar un eventual secuestro. En los casos de los clérigos, la sorpresa era la mejor baza para hacerles hablar; les costaba dar crédito a la presencia del periodista en persona. Los políticos solían enfadarse por el alto riesgo y los iraquíes de a pie agradecían con regalos y hospitalidad que alguien se preocupase por ellos hasta el punto de viajar a Bagdad para conocer de primera mano lo que estaba pasando.”
La semilla del odio (Debate, Barcelona. 2017)

No imagino profesión más fascinante e ingrata que la de reportero. A veces obviamos que alguien tiene que ir al centro del conflicto y arriesgar su vida para contarnos lo que está pasando. (Fotografía de Marco di Lauro. Irak, 2003)
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