Antes de saber nada del monasterio levantado en su honor (ver fotos en blanco y negro, la entrada anterior), ya conocía a san Simeón por Simón del desierto , una vieja película de Luis Buñuel. En ella Simeón hablaba español con acento mexicano y no era santo, sino una especie de talibán anoréxico sin ninguna conexión con la realidad. Su vida consistía en hacer ocasionales milagros y orar a Dios, aunque lo que más tiempo le llevaba era vencer la tentación de un diablo que, disfrazado de una lúbrica Silvia Pinal, trataba de seducirlo a cualquier precio.
Explicado así, se podría pensar que Simón del desierto es una crítica a la religión católica, pero esto sería reducirla a un simple manifiesto. Como siempre pasa en sus películas, Buñuel utiliza símbolos difíciles de interpretar, imágenes que encadena con una fluidez cercana al sueño -en este caso a la insolación- a través de las que trata de dar forma a los delirios del pobre Simón.
Y digo pobre porque este hombre (más un loco que un pelele, por cierto) libra en la pelicula una silenciosa guerra contra si mismo. El desierto está vacío y, para escapar de esa discoteca sesentera que es el infierno, no le sirve rezar a la pata coja o ayunar durante días. Las voces que escucha son los ecos de sus pensamientos, de un deseo que le conduce directamente a los pechos (en blanco y negro) de Silvia Pinal. Tal vez lo que en realidad sucede es que inconscientemente quiere bajar de su columna en busca del olor a tabaco y a sudor de los bares. Al fin y al cabo es imposible que (san) Simeon no piense en sus largos días de soledad que su penitencia, además de inhumana, resulta también bastante estúpida. (continúa)
Imágenes: fotograma de Simón del desierto y alrededores de Qala’at Samaan (monasterio de San Simeón el Estilita), cerca de Aleppo.
Categorías:Lugares, Oriente Medio, Siria



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