Pero volviendo a nuestro querido amigo Orján (Pamuk), hay en su libro Estambul, ciudad y recuerdos algunas claves que nos permiten ver la ciudad desde otro punto de vista. Me refiero sobre todo al concepto de amargura (hüzün en turco) palabra que de leer una y otra vez en las últimas semanas me ha llegado a amargar también a mi. Y eso a pesar de que Estambul me provoca generalmente sentimientos muy distintos, sobre todo una extraña excitación que a veces acaba transformándose en ansiedad y dolores de cabeza.
Aún así creo que no puedo opinar mucho sobre el tema. Me parece que esta amargura es más de estambulíes (¿por qué no estambuleños?), y tal vez solo para los más sensibles. Los que salen cada noche a hincharse a pescado y a Rakı no parecen ciertamente muy amargados. Ni siquiera les estresa el tráfico y las multitudes de esta enorme ciudad…
Me parece sin embargo comprender la amargura de la que habla Pamuk. Es algo que veo en los gatos que revuelven la basura, los hurdaci (chatarreros) vendiéndote basura o a la misma basura amontonada en las esquinas de las casas.
Queda claro con esto que Estambul a veces me resulta algo sucia, pero tampoco esto define su amargura. Tiene más que ver, según mi opinión, con las casas de madera al lado del Cuerno de Oro y el cielo que amenaza lluvias; el trasiego de cargueros atravesando el Bósforo y la sensación de que los alminares de las mezquitas fueron grandes una vez, mucho más que los hoteles de Taxim y las grandes catedrales europeas. Este hüzün es para mí un sentimiento de humedad y derrota que me recuerda mucho a la saudade lisboeta. Y es que a veces, sobre todo cuando tomo el tünel/funicular y llueve y veo los azulejos que recubren la estación, Estambul me parece otro lugar. ¿Cómo decir entonces que es amarga una ciudad que es en realidad muchas ciudades, muchos instantes? Tal vez los lugares no tienen un alma propia sino que somos nosotros quienes se lo damos. Kim biliyor (¿quién sabe?)?, que diría un turco.
Fotos de Lisboa de J.A. Alcaide y de Estambul de Jeronzinho
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Pero, aún sabiendo que resulta imposible, se podría jugar a definir las ciudades con una palabra. Por ejemplo, he pensado en identificar Madrid con la palabra huida. No es sólo porque me haya ido de allí: incluso en los momentos en los que más la he amado (y la he amado mucho) he tratado de escapar de ella. Me parece que en Madrid se vive a pesar de la ciudad, de su calor y su tráfico, inventando una y otra vez maneras de esquivarla. Por eso es tan divertida, por eso tan viva, porque no puedes sentarte simplemente a contemplarla durante horas sin sentir que el cielo va a caer sobre tu cabeza. Incluso en el rumor del tráfico uno imagina escuchar, a lo lejos, el sonido del mar…
Si tuviera que definir Madrid, la palabra es purgatorio. no es muy malo, no es muy bueno: una sala de espera a otra cosa.Que no será ni mejor, ni peor. Otra cosa (antesala, a su vez, de otra y otra y…)
Un poco así si es, y eso que yo me veo siempre volviendo a Madrid. Pero también comprendo lo que decía Sabina de «cuando la muerte venga a visitarme que me lleven al sur donde nací. Aquí no queda sitio para nadie…» La verdad es que es difícil imaginar Madrid como un lugar definitivo sin caer en depresión.