Además de la marca de cerveza más conocida del país (a la que algún español malicioso ha rebautizado como “heces”), Efes es el nombre de unas ruinas situada al oeste de Turquía -ruinas de una ciudad grecoromana, se entiende.
Fundada en el siglo XX a. de C., Efes (Éfeso en castellano, Έφεσος en griego, la lengua de sus antiguos habitantes) fue durante la época romana el puerto más rico de Asia Menor. Abandonada por el mar (que lleva siglos alejándose de su lado por algún motivo que desconozco) terminó por caer en la ruina y el olvido. Sus piedras fueron robadas para hacer fortalezas y las que quedaron fueron desmoronándose durante siglos. No se trata de una historia muy original, pero es necesario contarla para entender el lugar. Sobre todo la parte que vino después: cuando los arqueólogos ingleses la redescubrieron, la excavaron y, ya de paso, aprovecharon para llevarse alguna pieza al British Museum. Y, por supuesto, tampoco hay que olvidar el papel de los arqueólogos austriacos que –pedazo a pedazo, añico a añico– le dieron todo el aspecto monumental que una ruina puede tener.
Esta es una historia tan fragmentaria como la Éfeso actual, pero en esta fría mañana me interesa más pasear por ella que recordar el pasado. El cielo nublado deja a veces ver el sol y hace que las piedras (los restos) parezcan moverse. Allí queda el muro del templo de Adriano, arriba del todo la impresionante biblioteca de Celso, a lo lejos el teatro dónde San Pablo dio uno de sus conocidas arengas contra la idolatría… Pero esta vez me niego a oír las voces de los muertos. Quiero creer que no existe más ciudad que la que miro en este instante, ¿o es que acaso un lugar no puede estar construido de pedazos?
Fotos: la biblioteca de Celso y la basílica de la Virgen María. Isa Sanz
Categorías:Grecia, Lugares, Mediterráneo, Oriente Medio, Turquía
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