Mi vida entre turcomanos

turcomanoGonbad-e Kavus me recibió con un golpe de calor. Casi cuarenta grados y ni siquiera era medio día. El cielo estaba oculto por una calima grisácea y la tierra, basicamente campos amarillentos adornados con casas, bolsas de plástico y algunos camellos, se borraba en la neblina y el polvo.
Había ido allí por dos razones. La primera para ver una curiosa torre (en realidad una tumba) que siempre me había resultado una de las extravagancias arquitectónicas más sorpendentes de Irán. La segunda por los turcomanos, uno de los pueblos turquicos más conocidos de Asia Central. Y es que Gonbad-e Kabus, aunque de mayoría persa, podría ser considerada como la capital de la Turkmen Sahra (la llanura de los turcomanos), el hogar de la mayor parte de los turcomanos que viven en la República Islámica de Irán.
Estos turcomanos o turkmenos (cuyo nombre los lingüistas no acaban de saber si significa «similar a un turco» o «más turco que los turcos») provienen, como los turcos y los azeríes, de la tribu de los Oguz. Esa es la razón por la que estos tres idiomas resultan tan similares. Como los turcos, siguen la rama suní del  Islám, lo que les hace tener algunos problemas en un país que ha elevado el chiísmo a filosofía de estado. De hecho la región parece un tanto deprimida si la comparamos, por ejemplo, con el Azerbaiyán iraní.

turkmen sahra

En amarillo, la Turkmen Sahra donde viven gran parte de los turcomanos de irán.

Gracias a couchsurfing, tan en boga en Irán, pude pasar unos días con una familia turcomana en Gonbad. Vivían en la ciudad, al lado de la torre, y además del velo de la mujer, mucho más colorido que el chador persa, lo más turcomano que tenían era aquel salón grande y sin sillas que lo mismo les servía para comer que para dormir (todos juntos, ya que era la única habitación con aire acondicionado). Era pues normal que con las insoportables temperaturas que asolaban las calles se pasaran la vida allí viendo la tele, muchas veces canales turcos o la BBC en persa que sintonizaban gracias a la parabólica. La verdad es que poco más hacían pues, salvo la mujer, que tenía la casa como los chorros del oro, esa es la verdad, el resto parecían aburrirse mortalmente. Estábamos a finales de mayo y los niños habían acabado la escuela e Issa (nombre ficticio), el hombre de la casa, solo tenía algunos exámenes dispersos en la universidad donde trabajaba. Nada demasiado importante.
Los iraníes, y en esto da igual que sean persas, azeríes, árabes o turcomanos, son extremadamente hospitalarios, así que los tres días que estuve allí se dedicaron a intentar agradarme en todo lo posible. Lo único que no hicieron, y mira que se lo pedí, fue comerse un poco de lomo que había traído de España y que me habría gustado compartir con ellos. En realidad, si he de ser sincero, había muchas otras cosas en las que no me satisfacían, ya que yo hubiera preferido que me dejasen ir un poco a mi aire o, al menos, que me permitieran fregar los platos o invitarles a algo alguna vez. Sin embargo, había algo en su cultura que se lo impedía y daba la sensación de que, más por costumbre que por convicción, tenían que mostrar toda aquella casi formularia cordialidad hacia el invitado.
Cada la mañana, después de un copioso desayuno que la mujer de la casa nos servía, me plantaban en su coche (yo en el asiento de delante, por supuesto, y la mujer y los niños detrás) y me llevaban allí donde quisiera ir. Desgraciademente, para una vez en la vida que era tan reverenciado, no me encontraba en un lugar donde hubiera millones de cosas para hacer, más bien pocas. Después de perdernos en el desierto en busca de los exiguos restos del (mal) llamado muro de Alejandro, decidí pedirles, ya que parecía que no podía ir solo a ninguna parte, que me llevaran a la reserva del Golestán. He de decir que la idea no les emocionó, como solía pasar con todo lo que no fuera pasar tiempo en casa comiendo o viendo la tele, pero lo aceptaron en seguida, pues al fin y al cabo yo era su huésped.
Según la guía, el parque natural de Golestán es un lugar natural casi virgen y era posible encontrar en él verdaderos turcomanos viviendo aún en sus tiendas. Estas reminiscencias a la vida nómada que llevaban los primeros turcos me excitaba, y no podía contener la emoción cuando a la mañana siguiente me subí con unos verdaderos turcomanos en el coche para visitar lo que yo imaginaba debía de tratarse de un lugar importante para su cultura. Aún así, con el calor que hacía, no pude evitar dormirme durante los más de 50 kilómetros desolados que separaba nuestra casa del parque, soñando eso sí, con aguerridos turcomanos a caballo.
Al fin llegamos al lugar y me resultó impresionante como en unos pocos kilómetros el desierto se convertía en un bosque espeso sin que el calor mermara ni un instante. Yo estaba contento y soñaba ya con caminar por la espesura con mi familia turcomana cuando ellos, como de costumbre, decidieron por mí y pararon junto a la carretera en un sitio lleno de plásticos y suciedad. Al principio no entendía qué querían hacer allí, tal vez orinar entre la espesura, pero lo cierto es que comenzaron a sacar del coche alfombras y comida para parar un tren y me dijeron que aquel lugar, con excelentes vistas de los camiones que cada cierto tiempo pasaban por la carretera, era el lugar elegido para hacer un mangal (barbacoa, en cristiano).
Sinceramente me resultaba dificil imaginar que en un bosque tan inmenso no hubiera sitios mejores para pararse a descansar, pero yo era el invitado y a veces se me olvidaba de que todo aquel despropósito era en realidad una forma de agradarme. Así que puse la mejor cara del mundo y me dispuse a hacer lo que ellos querían. Por supuesto no me dejaron ayudar en nada, así que me senté y me fueron trayendo pinchos morunos en un número tres veces mayor que al resto de los comensales. Esta dieta rica en carne y arroz puede ser una de las razones por las que estoy cogiendo peso en este país.
Ellos acabaron pronto y mientras aún yo estaba comiendo, comenzaron a recoger todo. Parece que nos íbamos, tal vez de vuelta a casa. ¿Y qué hay de los turcomanos con sus tiendas de los que habla la guía? Les pregunté sin ocultar mi decepción. Ellos se rieron sonoramente, sobre todo Issa. Hace mucho que eso dejó de existir, me dijo. Este es el parque nacional de Golestán al que tanto querías venir. No hay siquiera un río, por eso preferimos ir a otros lugares a hacer barbacoa.
Sin embargo, antes de desandar el desierto de vuelta y volver a casa a ver la tele en el salón (os recuerdo que me encontraba rodeado de un inmenso bosque que debería tener lugares increíbles por los que pasear), ocurrió algo que al menos me hizo reír. Un enorme jabalí apareció entre la espesura y, aunque no tenía intención de hacernos daño, todos ellos entraron en psicosis, así que me vi obligado a terminar mi comida apresuradamente y ayudarles a levantar el campamento. Issa, el padre de familia, tuvo que hacer frente al peligro como pudo. Con los pinchos con los que se hace el kebab, el culo en pompa y su barriga más que prominente, comenzó a hacer aspavientos y unos ruidos absurdos para asustar al jabalí que provocaron en el resto un ataque de risa. El salvaje animal, por cierto, no se movió ni un centímetro. Ah, los turcomanos, ese pueblo de aguerridos nómadas que dirigieron inmensos imperios. ¡Quién los ha visto y quien los ve!
lucha de gigantes, convierte el aire en gas natural

1. Jabalí en cuestión.
2. Issa en una postura poco recomendable para su escasa forma física.
3. Pinchos de kebab blandidos como peligrosas armas turcomanas.
4. Carretera por la que pasaban coches, camiones e incluso un hombre vendiendo bebida.
5. Aquí había bastante basura (bolsas de plástico, restos de hogueras…) pero mi talento no alcanza para dibujarlas con precisión.
6. El cielo no era de este azul. Más bien tiraba a grisáceo.



Categorías:Irán, Lugares, Oriente Medio

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4 respuestas

  1. He pinchado en el link al parque de Golestán y parece los Alpes…jajjaa… solo espero que Issa no sea profesor de español, porque no sé si le haría mucha ilusión leer tu experiencia. Como anfitriona que he sido contigo sé que a veces puedes ser un tanto cómo decirlo ¿poco objetivo? A mí sí que me ha hecho reir, para qué negarlo. Mis consejos son: bebe agua e intenta hincar el diente en alguna lechuga. Y sigue escribiendo, amigo.

    • Ya, soy una mala persona. Me encuentro con unos iranies simpatiquisimos y yo les hago burla… Es imperdonable. Pero aunque tal vez no lo pudiera parecer por mis palabras, eran mucho mas que encantadores. Por cierto, sabes que Issa significa Jesús? Gracias por comentar, Carminha. Un beso!

  2. ¡Me ha encantado Chevi! El dibujo es lo más, pero creo que a Issa lo has dibujado mejor y con más cariño que a nosotras…

    • Pues claro que lo he dibujado con más cariño! Te recuerdo que me alimentó copiosamente y me trató como un rey durante tres días. Si hacéis algo así vosotras seré más benevolente la próxima vez 😉 En cualquier caso, no estoy 100% seguro de que a Issa le encantará el dibujo. Aunque Eso sí, cuando les enseñé la primera versión sus hijos estaban encantadisimos e incluso me hicieron un dibujo a mí que algún día mostraré.

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