Hace unos años leí El libro negro, una de las novelas que más me han gustado de Orhan Pamuk. Entre otras muchas historias, en ella aparece el maestro Bedii, un artesano que en su oscuro taller de Gálata trataba de construir maniquíes puramente turcos, rechazando los nuevos modelos europeos que alteraban los prototipos locales. El relato es curioso, pero probablemente habría borrado a este personaje de mi memoria si en los zocos de Marruecos no hubiera encontrado un montón de desabridos maniquíes que no solo no parecen del país sino que ni siquiera podrían pasar por turistas europeos de after. En realidad muchos maniquíes marroquíes se asemejan vagamente a personas y, si no lo creéis, tengo fotos para demostrarlo:
Como veis, en cualquier esquina de cualquier medina de Marrruecos uno puede encontrarse con una de estos plasticosos ojos asustados y sus rostros de piel pálida, como de cáncer de pancreas (¿los maniquíes no deberían parecer sanos, estar un poco contentos o, al menos, ser un poco sexis?). Afortunadamente los zocos los desmontan por la noche y no es posible encontrarlos en una calle vacía, inmóviles y mirándote desde el otro lado.
Por otra parte, me sorprendió que ni siquiera la ropa infantil se librara de estos métodos de exposición tan desafortunados. Es verdad que los vendedores de los zocos no tienen demasiado dinero para estar a la última y que el sol del Magreb tiende a deteriorar el plástico con rapidez. Sin embargo, estoy seguro de que tiene que haber alguna otra forma de marketing más atractiva que exponer los abaya infantiles sobre estas muñecas bizcas y despeluchadas que parecen recién llegadas de una siniestra isla de las muñecas.
Pero qué os puedo decir. Aunque estoy jugando a criticarlo, en realidad todo esto me fascina. Me habría encantado encontrar muchos más maniquíes deformes y mutilados, y si tenéis más fotos mandádmelas ya, por favor. Si os soy sincero, al final me hacen más gracia estas tiendas marroquíes tan poco pretenciosas que muchas de las que veo en las grandes ciudades europeas. A lo mejor, en lugar de inquietarme tanto con estos maniquíes de ojos asustados debería preguntarme por qué en los escaparates de nuestras ciudades no hay cabida para los bizcos, deformes, drogadictos, psicóticos y gordos… Como ya hizo el maestro Bedii en el Libro Negro de Pamuk, tenemos que cuestionarnos de una vez si los maniquíes (y las ropas que llevan) son las adecuadas para nuestro cuerpo o, más bien, tratamos de adaptarlos para lograr entrar en esas prendas cambiantes y tan bien dispuestas de los escaparates.
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