Turquía

Efes

Además de la marca de cerveza más conocida del país (a la que algún español malicioso ha rebautizado como “heces”), Efes es el nombre de unas ruinas situada al oeste de Turquía -ruinas de una ciudad grecoromana, se entiende…

Türkçe zor değil, ama farklı.

¡Cuántas veces no habré escuchado esta frase durante mis clases de turco! “El turco no es difícil sino diferente”, ¿pero será esto posible, me pregunto? ¿No es acaso difícil lo que difiere de nuestros conocimientos?
De acuerdo, hay cosas y personas muy diferentes a nosotros y no por ello son difíciles de entender. Además, tampoco hay que tomar la frase al pie de la letra. Ya sabemos que estas afirmaciones son las típicas patrañas que utilizamos los profesores para mantener alta la motivación el alumnado (no es plan de decir la verdad: que por mucho que nos esforcemos no vamos a hablar turco en nuestra vida). Pero aunque me resista a admitirlo, mis profesores tienen algo de razón al decirnos esto. El turco que (según ellos)noesnadadifícilperobienextraño, termina resultando esencialmente simple (o tal vez simplemente esencial.) Sino fuera así ya habría desistido de aprenderla, no lo dudéis…

Bella a su pesar

Aún no he encontrado a nadie que odie Istanbul. La aman los turistas, los turcos y todos los que, no siendo ni una cosa ni otra, nos encontramos en ella. Es posible que a veces critiquemos sus aglomeraciones, su suciedad o el ruido, pero aún así es imposible no mirarla con fascinación. Especialmente cuando la bruma del atardecer (o el humo del carbón, quién sabe) la va difuminando…

Hüzün

Pero volviendo a nuestro querido amigo Orján (Pamuk), hay en su libro Estambul ciudad y recuerdos algunas claves que nos permiten ver la ciudad desde otro punto de vista. Me refiero sobre todo al concepto de amargura (hüzün en turco) palabra que de leer una y otra vez en las últimas semanas me ha llegado a amargar también a mi. Y eso a pesar de que Estambul me provoca generalmente sentimientos muy distintos, sobre todo una extraña excitación que a veces acaba transformándose en ansiedad y dolores de cabeza.

Nuestro amigo Orján

Si hay algo inevitable entre los extranjeros que vivimos en Istanbul es conocer, aunque sólo sea su nombre, a Orhan Pamuk. Tan inevitable que no podemos dejar de aludirlo cuando hablamos –en inglés– con turcos. No importa si nos ha costado terminar sus novelas, éstas nos parecieron tan soporíferas como intranscendentes o si no lo hemos leído en absoluto y lo único que sabemos de su vida es que ganó un Nobel y ahora vive exiliado en Estados Unidos (ni siquiera esto último está tan claro: algunos dicen que aún está en Turquía.) El caso es hay que hablar de él, aunque sea para decir que es una mierda. Afortunadamente, al contrario de lo que pasaría si te refirieras a Atatürk, el padre de la patria, nadie se va a sentir ofendido por esto. Tranquilo que no te van a encerrar en una prisión a lo expeso de medianoche ni te van a hacer un juicio o cerrar el blog por insultar a la República. Así que adelante: critiquemos a nuestro amigo Orján. ¿Acaso no dudáis de los criterios que utiliza la academia sueca para entregar sus premios?

Türkçe çok zor

Esta frase, que ya me es difícil de pronunciar, significa en castellano que el turco es muy difícil. Es una de las cosas que digo cuando alguien me sueltan parrafadas en las que, con suerte, comprendo alguna palabra suelta. Türkçe bilmiyorum (no sé turco) es, por si tenéis interés en venir a Turquía, también muy útil en estas circunstancias.

La ciudad infinita (Estambul)

Llevo sólo un par de días en Estambul, pero ya tengo la certeza de que se trata de una ciudad que no puede aburrirme. Lévi-Strauss decía que había que fiarse de esas primeras impresiones, de las miradas alejadas que a veces son más reveladoras que la observación consciente y sistemática. Por eso, cuando ayer me senté al atardecer junto al pestilente cuerno de oro y vi como el reflejo del cielo, los coches y las luces sobre el agua creaban una especie de cuadro a lo Rothko (un Rothko, eso sí, oscuro y brillante, bizantino y postmoderno), pensé que aquella aglomeración de casas y continentes que se unían o separaban por el mar ocultaban en su interior, como muñecas rusas, otras ciudades.