Llevo sólo un par de días en Estambul, pero ya tengo la certeza de que se trata de una ciudad que no puede aburrirme. Lévi-Strauss decía que había que fiarse de esas primeras impresiones, de las miradas alejadas que a veces son más reveladoras que la observación consciente y sistemática. Por eso, cuando ayer me senté al atardecer junto al pestilente cuerno de oro y vi como el reflejo del cielo, los coches y las luces sobre el agua creaban una especie de cuadro a lo Rothko (un Rothko, eso sí, oscuro y brillante, bizantino y postmoderno), pensé que aquella aglomeración de casas y continentes que se unían o separaban por el mar ocultaban en su interior, como muñecas rusas, otras ciudades.
Es cierto que esta sensación de multiplicidad se esconde en todas las grandes urbes, pero lo de Estambul es diferente. Ninguna ciudad del mundo está situada sobre dos continentes y, de la misma manera, ninguna bascula tan claramente entre dos culturas. Del consumismo devorador de Istiklal a los alminares y cúpulas de Fatih o Eminönü, la ciudad se nos presenta como interminable y destartalada, múltiple, laberíntica e inacabada.
El mar tiene mucho que ver en este juego de reflejos y de miradas. Los cargueros se desplazan desde Europa hacia Rusia entre los palacios de los sultanes y las diferentes partes de la ciudad se miran temiéndose, amándose, asombrandose de su belleza, su fragilidad o su poder.
Mientras el atardecer borra los contornos e ilumina las oscuras aguas del Bósforo, imagino que desde el otro lado alguien mira la ciudad que se levanta a mi espalda. Me gustaría saber qué piensa esta persona, si ve lo mismo que yo ,si se encuentra cerca (apenas unos cientos de metros) o muy lejos (en otro continente, en otro mundo, en otra ciudad).
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Y ahora, yo viajo a través de estas palabras. Yo que estoy de viaje hace ya más de ocho meses y empiezo a sentir ¿la nostalgia del regreso? me lleno de ganas sentada en esta incómoda silla de inquilina, especialmente por los colores, por los aromas de los que no hablás, por la simple circunstancia de tu estado de contemplación.
…A veces volver es también un viaje y tienes que adaptarte a tu ciudad, tu familia, tus amigos… Parece incluso que, en lugar de en casa, te encontrases en un lugar lejano (por qué no Estambul?)