En Eyüp, al final del Cuerno de Oro, siempre hay bodas y niños vestidos de principito que esperan su circuncisión, cafeterías y restaurantes, tiendas de coranes y rosarios, fotos de la Meca.
En el centro hay también una plaza de hormigón con una gran fuente y la famosa mezquita que da nombre al barrio. A pesar de su pequeño tamaño, se trata de un importante lugar de peregrinación y aquí está enterrado (san) Eyüp Sultán. Frente a su tumba, un bulto verde apenas visible por las rejas, siempre hay gente rezando.
Y sin embargo, el bello patio de la mezquita, con su cerámica de Iznik y su árbol milenario, no es lo más interesante de Eyüp. Ni siquiera el folclore musulmán, el verdadero motivo por el que los turistas nos acercamos allí. Lo más curioso de Eyüp es su leyenda, tan milenaria como Mahoma, el más grande de los profetas. Porque al santo que cientos de peregrinos y devotos estambulíes vienen a honrar fue, nada más y nada menos, que un amigo íntimo del profeta. Abu Ayyub al-Ansari, que es como se llamaba este gran hombre, no solo alojó a Mahoma en su casa sino que escribió algunos de sus dichos e incluso peleó fieramente en su nombre contra los infieles. Tan fieramente que acabó muriendo muy lejos de su Arabia natal, aquí mismo, frente a las murallas de la entonces invencible Constantinopla.
Pero lo más sorprendente de toda esta historia es lo que pasó ochocientos años después, cuando Mehmet II conquistó definitivamente la ciudad para los musulmanes. Hasta entonces Abu Ayyub al-Ansari había sido un muerto sin nombre, una lápida más cubriéndose con el fango del Cuerno de Oro. Y hubiera seguido así sino hubiera sido por Akşemsettin, un visionario de la corte del conquistador encargado de buscar la tumba en los arrabales de la ciudad.
Akşemsettin buscó en vano durante una semana hasta que un día, mientras rezaba, sintió como un extraño sopor le invadía. Sus labios siguieron aún orando un rato pero su conciencia fue desmoronándose en un pesado sueño, resbalándose hasta lo más hondo de sí mismo. Akşemsettin nunca supo cuanto tiempo estuvo en ese estado y más tarde sólo logró recordar el canto hipnótico de los almuecines, una voz silenciosa, una oscuridad que fluía y se densificaba estallando en imágenes resplandecientes.
En un determinado momento, el sueño fue adelgazándose y dejó pasar la luz del día. Akşemsettin se despertó bajo el sol y comprendió en los breves segundos que separan la vigilia del sueño lo que significaban aquellas visiones.
Llamó al Sultán y ordenó a sus hombres que escarbasen bajo el mismo lugar en el que había rezado. Allí encontraron una vieja lápida donde aún se leía en árabe “esta es la tumba de Eba Eyüp”. La historia posterior es bien sabida y sigue los designios divinos: el Sultán erigió una mezquita y años después, cuando ésta se hundió, un nuevo Sultán construyó otra aún mayor. Alabado sea Eyüp y los hombres temerosos de Dios.
Fotos: Arròsalforn e Isa Sanz
La historia está sacada de Strolling Through Istanbul de Hilary Sumner-Boyd y John Freely y de Estambul otomano de Juan Goytisolo.
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Gloriosa paráfrasis.Gracias por la historia.