Atardece en Teli. Enrojecen los muros de barro, las antiguas casas de los pigmeos y la falaise de la que cuelgan. Hasta el polvo que se levanta al caminar es rojo.
Todo tan rojo y yo sintiendo una vez más que estoy cayendo. No pienso –intento no pensar– aunque algo se me estará pasando por la cabeza, sin duda. Tal vez en que el paisaje que me rodea parece una fotografía del National Geographic.
Unos niños me siguen y me piden bombones. Me cogen los dedos con sus pequeñas manos, me palpan la ropa. Una niña ya casi adolescente se pone muy pesada tratando de venderme unas pequeñas cajitas hechas de calabaza. No llevo nada, les digo vaciándome los bolsillos. Sólo un paquete de clinex, pero no queréis esto, ¿no? Cuando les doy los pañuelos, me sorprende comprobar que sí, que lo quieren.
Sigo caminando y los niños, aunque más tranquilos, todavía me siguen. Una cabra cruza frente a mí y, un poco más lejos, unos hombres toman té. Hay un viejo desdentado que de camino a la mezquita se detiene a mi lado y me sonríe. No quiere hablarme de los dioses dogón ni de la estructura social de su pueblo, sino más bien recibir su dichosa nuez de cola. Todos los turistas hemos sido advertidos de esta costumbre, así que miro a ver si todavía tengo alguna. Me quedan un par que el anciano coge de mi mano y pela con sus dedos arrugados. Al masticarlas, su boca me hace pensar en animales, en objetos.
Pero no quiero pensar, ya lo he dicho antes. En realidad sólo quiero seguir caminando mientras imagino que caigo, sentir como las manos rugosas de los niños me arrastran hacia abajo. Ahora sé que casi he llegado al fondo, pero ellos me siguen mirando como si estuviera en lo más alto. Tal vez imaginan que puedo salvarlos, que poseo todo lo que a ellos les falta. Alzan sus manos tratando de llegar a mí, de agarrarse a algo que les aleje del mundo enrojecido en el que viven. No entiendo bien lo que esperan, quizá nada concreto. Lo único que sé es que, sea lo que sea, nunca lo van a alcanzar.
Fotografías de Bandiagara de Sébastien L. y limosna de Xandro.
La canción les ecros es de Damon Albarn, de su disco Mali Music.


Abraham Maslow tendrá mucho que decir a este respecto.
Que tal Chevi!
Saboreando la magdalena pastosa del exito eh?
el bolo alimenticio…
Ai! ese poso denso, esa sensación de satisfacción y redondez!
Pues nada, ahora te toca escribir la próxima.
Sigue en pie el proyecto India?
Por cierto si te apetece hemos colgado en el youtube unas cuantas perlas de Lorenzo,ensayos de salón y el concierto de la Caracol:tecleas lorenzogoma2010 y te sale.
Me cuentas…
Besos,abrazos y carantoñas.
Saludos a las Mónicas!
Ni idea de quién era Abraham Maslow, pero ya lo he mirado en la intenné y sí, creo que estos niños desgraciadamente no llegan a los mínimos requeridos para ser felices. Y sin embargo tampoco es que a veces parezcan tan tristes. Sólo es que están muy lejos, que entre nosotros y ellos hay una distancia tan grande que no, que no se llega.
A Lorenzo sin embargo sí lo conozco, desde hace tiempo. Me descojono con él. Me hace mucha gracia el «invierta en occidente» que es algo así como una canción protesta a vuestro estilo. Podrías haceros un myspace o grabar bien las canciones más antiguas como «la máquina del tiempo» que es un clásico. Si lo hacéis yo os hago publicidad y os pongo en las fiestas.
Pues un abrazo fuerte y lo de la India… ¡pero si es el motivo que mueve mi vida! No quiero que pase el tiempo, pero a veces me gustaría que dejase de llover, llegase la primavera y la India estuviera más cerca…
Nos vemos!
Qué dura esta entrada… Pero muy bien escrita. Un abrazo!