El turista morboso no tiene mucha idea de quien fue Pol Pot ni los Jemeres Rojos y, tal vez por eso, siente ante la antigua prisión de Tuol Sleng que se encuentra a punto de entrar en un lugar amenazador y desconocido. Traga saliva y le da un sorbo a la botella agua antes de pagar la entrada (¿en qué dedicará el gobierno este dinero?, reflexiona). Una vez dentro los edificios feos, grandes y sin encanto le producen una sensación de familiaridad que le inquieta. Ha debido estar alguna vez en un lugar así pero, por mucho que lo piense, no logra recordar dónde.
En el interior del primer bloque de este instituto convertido en una improvisada cárcel encuentra camas de hierro, máquinas de electroshock y mucho polvo. Las fotos que hace a los instrumentos de tortura le salen tan bonitas que termina por dejar de hacerlas. El segundo edificio, rodeado aún de alambradas, le turba aún más. Durante el particular régimen totalitario de Pol Pot, basado en la vuelta a una economía agraria que alimentó el abandono de las ciudades y la inutilidad del dinero, las habitaciones en las que una vez jóvenes camboyanos aprendieron álgebra fueron convertidas en improvisadas celdas. Ahora, para intentar explicar al visitante todo lo que sucedió allí, hay colgadas en las paredes cientos de imágenes raídas por el paso del tiempo. Muchas de ellas son de los reclusos y fueron tomadas unos minutos antes de ser ajusticiados. La sombra de la muerte se manifiesta en esos rostros, a veces muy jóvenes, que miran al visitante suplicantes o desesperanzados, desde muy lejos. En el patio, cerca de unas enormes palmeras, una gran placa explica el decálogo que seguían los torturadores («responde a las preguntas directamente, sin rodeos. No ocultes los hechos con excusas, confiesa inmediatamente…»). El turista ya ha tenido demasiado pero, antes de salir, le entra la duda de si las manchas que ha encontrado en las paredes son de sangre reseca. Seguro, se dice a sí mismo. No parece que nadie haya limpiado las habitaciones en los últimos treinta años…
Ya en el exterior, le parece que la luz se ha adelgazado, aunque tal vez es que está cayendo la tarde. El conductor del tuk tuk sigue en el mismo sitio donde lo dejó y, con su sonrisa habitual, parece dispuesto a llevarle a los Killing Fiels, otra de las paradas que todo turista morboso debe hacer en Phnom Penh.
Pero necesita el turista necesita un poco de tiempo para tratar de comprender todo lo que acaba de ver. Le pide que espere, que no hay prisa, y se sienta en el tuk tuk para reflexionar en como acomodar sus ideas en la libreta. Mientras lo hace, el conductor se acerca y cambia su sonrisa habitual por una expresión más oscura y desconcertante. This happening only in Cambodia, le dice, casi susurrando. Él interpreta aquellas palabras como algún tipo de confesión y por un momento cree entender lo que le quiere decir. El también siente en ocasiones que vibe en una sociedad en la que, empezando por uno mismo, el mal siempre se encuentra presente.
El pasado, escribe al fin el turista morboso en su libreta, es a veces como el brillo del cuchillo que nuestra madre utiliza para cocinar. Nos turba sin que podamos explicar por qué. Porque en todas partes, también en nuestra casa, hay tenazas y azadones, angustias domésticas e historias que, aunque nadie hable de ellas, están siempre presentes. A uno le gustaría que nada de aquello hubiera sucedido, pero los muertos siguen allí, enterrados en fosas comunes y campos de exterminio. Los muertos siguen presentes, pidiéndonos clemencia a través de las fotos.
Fotos de Espía Ruso y del archivo de la prisión de Tuol Sleng
Siempre alivia salir por el propio pie de la Casa de la Muerte. Es seguro que, como dices, el sol brille distinto afuera y que nunca se olviden las miradas de los que allí quedaron. Saludos y recibido el comentario.
No solo impresionan las imágenes de las víctimas, también la de los verdugos y su juventud, y las escalofriantes pinturas de Vann Nath, y el «no reir» a la entrada de los pabellones. De Tuol Sleng, sale uno cambiado. Acertadas reflexiones, José´nin. Saludos desde JPD.
http://japandia.blogspot.com/2010/08/tuol-sleng-el-horror.html
¡Buf, qué lugar y qué espacio! También allí está la habitación de los verdugos. Me impresionó mucho. Todo lo que allí ocurrió nos parece una monstruosidad. Pero esas personas que lo perpetraron, los que se unieron, los que obedecían como robots las órdenes, los que ya no sabían ni qué estaban haciendo ni cómo se llamaban. Esos también tienen sus caras y sus nombres y sus historias «tan normales». Yo me quedé pensando, ¿cuántos horrores estamos cometiendo con nuestros silencios? ¿qué gritos son los que nos parecen tan normales que ya no nos damos ni cuenta de que estamos cometiendo una atrocidad?
Gracias por compartir esto, parece como si hubiese vuelto de nuevo a recorrer las mismas habitaciones y sensaciones de las que está cargado este lugar. ¡Buf!
Saludos desde HCMC