No importa que la televisión, las revistas y los anuncios de Nivea Sun intenten convencernos de lo contrario. La playa no es glamourosa. Es posible que Hawaii o las Seychelles sean una fiesta (yo, para ser sinceros, nunca he estado), pero aún sobre la arena más blanca, sorbiendo con lentitud y delectación el agüilla de un coco, la playa siempre te termina abotargando. Llámalo hedonismo, o dolce far niente si quieres, pero también podría definirse como aburrimiento.
Por supuesto, hago estas profundas reflexiones desde la playa. Bajo la sombrilla, leo un libro que hace una aproximación sociológica a las vacaciones. ‘En la experiencia playera’, dice más o menos, ‘siempre es el cuerpo lo más importante. Es a él al que cubrimos de cremas y bronceamos al borde del melanoma; el mismo que ejercitamos con palas y paseos para, al terminar, sentir que nos merecemos esas cañas’. El cuerpo, los cuerpos. Va a ser eso lo que falla.
Porque aunque los hay de todo tipo (espigados y chaparros, tatuados y operados, fofos o musculados), en general no abunda en nuestros cuerpos la sensualidad que cabría esperar de una Experiencia Playera con mayúsculas. Muy alejados de la symmetria la consonantia y la integritas clásicas, lo que se estila más bien es la barriga prominente, los pechos con tendencia a la baja y las piernas con giños celulíticos. Eso sí, una vez que has comenzado a mirarlos, te atrapan en su fascinante imperfección. Un torso enrojecido pasa frente a mí al lado de unas piernas delgaduchas y palidas. Los siguen unos cuantos culos (uno respingón, otro prieto, el último mesa camilla), dos calvicies y una cojera. He de reconocer, estirando mis piernas chuecas con gran deleite, que los pelos que atacan desordenados a las espaldas poseen una agresividad de lo más atractiva.
Van de un lado a otro, los cuerpos, y después vuelven a pasar. Estos paseos son, no nos engañemos, lo que caracteriza en el fondo cualquier Experiencia Playera. Alguien famosos (seguro que Groucho Marx, que es el de las frases ocurrentes), dijo que sólo los tontos se aburren. Por mi parte, sigo fascinado con la indolencia de los barigas y las infinitas variaciones de esa inevitable derrota que supone el paso del tiempo. La arena crepita, los relojes se mueven abotargados de calor, a lo lejos cruza una moto de agua. Podría estar rodeado de modelos, en una playa desierta, bajo la luz de la luna, pero no voy a quejarme. Bostezo un poco y miro a una chica en top-less antes de seguir con la lectura. Retiro lo dicho al principio de esta entrada: al final me lo estoy pasando en grande.
La foto de arriba es una postal de los cincuenta (creo) y las de las barrigas de abajo son de Anuska Sampedro.
¿Dónde está este lugar? Aquí
Lo que estaba leyendo era un artículo de un tal Orvar Löfgren.
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Hola Jose´nin: La verdad que el tema playero no debe tratarse con ligereza. La playa es un universo en sí misma. El que hacer, cuando ir, con quien, los accesorios que nos acompañan, como desplazarse, la ropa que nos cubrirá en el trayecto, el tipo de playa, la temperatura de agua. Hay incluso guardianes de la pureza aplicados al noble arte de realizar censos sobre bikinis, entendid esta actividad como un servicio al público léctor)(ver http://admiralcod.blogspot.com/2011/04/first-annual-admiral-cod-bikini-census_26.html)
… Bueno ya paro,pero se trata de aplicar una serie de conocimientos de planificación, toma de decisiones y de mundo en general que transcienden la ligereza de su consideración.
(Nótese un matiz de ironía que tiñe todo lo anterior)
Estoy de acuerdo contigo. La playa es todo un mundo. Y si hay que tomar en consideración tantas cosas es porque allí vamos, en parte, a mirar y ser mirados.
Un saludos.