Habían pasado diez años y estaba una vez más sul Lungarno, mirando la tenue luz de las velas reflejadas en el río. Diez años y me encontraba en la misma ciudad adormecida; rodeado de estudiantes, bicicletas y las bellas fachadas toscanas que, como cada 16 de Junio, habían sido decoradas con velas en honor de San Rainiero. No se trataba, como en otras ocasiones, de un sueño ni de una foto descolorida. Estaba de veras en Pisa, tan abrumado por la situación que de buena gana me habría escapado en aquel mismo instante. De hecho estaba a punto de hacerlo cuando Paolo me interceptó con un limoncello al que no pude negarme. Mientras brindábamos por el reencuentro me prometí a mi mismo que no me dejaría arrastrar por la melancolía. Aquella noche no.
Los fuegos artificiales (acompañados por la pomposa música de El Último Mohicano) ya se habían acabado y la gente había comenzado a abandonar los alrededores del Arno. Frente a mi, Fabio y Carine hablaban animadamente con unos amigos mientras Victoria, rígida o cansada, los observaba en silencio. Virginia, que a pesar de acabar de dejarlo con su novio parecía tan energética como antaño, estaba sentada sobre el poyete, a mi derecha, hablando en alto de sus problemas sentimentales. Tuve la sensación de que el tiempo no había pasado y que seguíamos siendo los mismos estudiantes erasmus de diez años atrás. Por fortuna la luz de las velas era tan tenue que no llegaban a marcar las patas de gallo.
Quería escaparme, pero como pensé que nadie lo entendería, comencé en su lugar a hacer lo que mejor se me da: hablar sin pensar. No fue tan difícil ya que cualquier detalle traía consigo montones de historias que se enredaban hasta hacerse indistinguibles. Allí estaba Gianfranco tocando la guitarra, Marco gritándome ‘hermano’, el resto de los meridionali. Cuando ellos se esfumaban les sucedía aquel extraño trío constituido por Ernesto, Gianni y el tipo siniestro que se pintaba las uñas de negro; Lorena y su tendencia a salir de la Superal con los bolsillos cargados de cosméticos o las aventuras de Pilar, Pilar o Pilar (había tres). Sorprendentemente para lo pequeña que es Pisa y lo poco productivos que suelen resultar los años, a cada uno de nosotros nos habían pasado multitud de cosas durante el erasmus. Había habido engaños y relaciones que duraban hasta ahora; tríos y embarazos; pérdidas de virginidad y amistades rotas para siempre. Con un material tan rico no entendía por qué estábamos tan decaídos. Tal vez porque faltaban casi todo el mundo en aquel reencuentro. Aunque lo más probable fuera porque la exaltación de aquellos años se contraponía a aquella belleza melancólica y tenue de las velas que, como un decorado, había ya comenzado a sacarme de quicio.
Mientras Carine, Fabio y Paolo seguían hablando en un italiano que para mí empezaba a resultar cada vez mas ajeno, Victoria y Virginia no lograban disimular sus ganas de irse a la cama. A mi ya se me estaban acabando las historias y había bebido lo suficiente como para que ni siquiera me importara parecer un excéntrico. Pero un momento antes de marcharme (tal vez corriendo) algo me lo impidió de nuevo. Virginia, que desde hacía un rato ni siquiera se quejaba de su descalabro sentimental, se incorporó de un salto y nos dijo que no encontraba su bolso. No sé por qué pero esperaba que algop así sucediera.
Lo buscamos por todas partes, pero el bolso (muy bonito, por cierto, y con toda su documentación dentro), no aparecía. Al final, ya rendidos, seguimos a Fabio al otro lado del Lungarno, hasta una esquina muy cerca del bar de Marino. Allí, en un edificio en el que nunca había prestado atención, se encontraba el cuartel de los carabinieri. Un chulo vestido de uniforme nos recibió repanchingado en su silla y, sin dejar de mandar mensajes por el móvil, nos dijo que a causa de la fiesta patronal tendríamos que volver al día siguiente a poner la denuncia. Sei proprio bravo, nos dieron ganas de decirle, pero enseguida comprendimos que no valía la pena ponernos a discutir con la autoridad competente.
Cuando salimos de la comisaría eran ya las tres o las cuatro de la madrugada y solo podíamos desgranar lo que quedaba de la noche hablando de lo desastrosa que era la policía italiana y lo que Virginia debería hacer para lograr coger el vuelo de vuelta a Valencia. Me siento mal al decirlo, pero a pesar del ánimo general, por primera vez durante toda la noche no sentía ganas de escapar corriendo. Estaba relajado y se podría decir que, a pesar del desastre en el que se había convertido el reencuentro erasmus, había algo divertido en el ambiente. Al igual que diez años antes sentía que, aunque el mundo estuviera lleno de personas malas que roban bolsos o rompen corazones, también había muchas otras dispuestas a ayudarte incluso si apenas te conocen. Tal vez aquello era el principio de algo pero incluso si se quedaba así, inmovilizado en una foto que ninguno de nosotros llegó a hacer, tampoco importaba. Necesitaríamos años pero estoy seguro de que recordaremos este momento sin dramas, puede incluso que lleguemos a añorarlo. Al fin y al cabo aquel instante de soledad compartida, de angustia mitigada por las luces y el limoncello, no es tan diferente a los que vivimos en el erasmus. No siempre fueron buenos y, sin embargo, al pensar en ellos tenemos la sensación de que no podremos volver a ser tan felices.
Foto de Nicholas Fanelli y de didonato
Dónde está este lugar? Pues aquí
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Ma dai… me he perdido el reencuentro!! 😉
Pues ya te avisamos para el próximo… Un saludo! 🙂
s
No se como intentaste o pudiste reprimir y contener la melancolia, aquella »amiga» que nos visita cuando un tiempo pasado fue mejor. Es curioso pero a mi me ha ocurrido lo mismo, al llegar a un lugar he visto las mismas calles, la misma acera, semaforos… pero la mirada de la gente era distinta, sus ilusiones, su forma de ver la vida, incluso la alegría que atesoraban, no se si es por los tiempos que estamos viviendo ahora, pero hace 10 años todo era más fácil… incluso la felicidad.
Jesús Martínez
Vero4travel
Siempre es posible decir eso que los lugares no cambian, si no nuestra manera de verlos… 😉
Un saludo, Jesús!