(Extracto de Algo supuestamente divertido que nunca volveré a Hacer de David Foster Wallace.)
»No me parece un accidente que los Cruceros e Lujo 7NC atraigan sobre todo a gente mayor. No digo decrépita, pero sobre todo atraen a gente mayor de cincuenta años para quien su propia muerte ya es más que una abstracción. La mayoría de los cuerpos que se exponían durante el día en las cubiertas del Nadir estaban en diversas fases de desintegración. Y el océano en sí (que me pareció tan salado como el infierno, tan salado como el gargarismo que se usa para aliviar el dolor de garganta, con una espuma tan corrosiva que probablemente vaya a tener que cambiar una bisagra de mis gafas) resulta básicamente una enorme máquina de podredumbre. El agua del mar corroe los barcos a una velocidad asombrosa: los oxida, exfolia la pintura, saca barniz, apaga el brillo, cubre los cascos de los barcos de los barcos de percebes, algas Kemp y una mucosidad indefinida marina omnipresente que parece la misma encarnación de la muerte. (…) No pasa lo mismo con los barcos de las Megalíneas. No es accidental que todos sean tan blancos y limpios, porque está claro que han de representar el triunfo calvinista del capital y la industria sobre la putrefacción primaria del mar. El Nadir parecía tener un batallón entero de tipos diminutos y nervudos del Tercer Mundo que iban de un lado a otro del barco en monos azul marino buscando deterioros que solventar.
Aquí está la cosa. Unas vacaciones son un respiro de todo lo desagradable, y dado que la conciencia de la muerte y de la decadencia son desagradables, parece extraño que la fantasía suprema de las vacaciones de los norteamericanos consista en ser planificados en medio de una enorme máquina primordial de muerte y putrefacción. Pero en un crucero de lujo somos hábilmente involucrados en la construcción de diversas fantasías de triunfo. Un método para «triunfar» pasa por los rigores de la mejora personal. Y el mantenimiento anfetamínico del barco que llevaba a cabo su tripulación es un equivalente poco sutil del acicalamiento personal: dieta, ejercicios, suplementos de megavitaminas, cirugía plástica, seminarios de gestión del tiempo. También hay otra forma de reaccionar frente a la muerte. No el acicalamiento, sino la excitación. No el trabajo duro, sino la diversión dura. Las actividades constantes, las celebraciones, las fiestas, la alegría y las canciones. La adrenalina, la excitación, el estímulo. Hacen que te sientas vibrante, vivo. La diversión dura promete no tanto trascender el miedo a la muerte como ahogarlo.»
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Me he quedado empanada con el dibujo del coco… ¡Y me ha encantado el extracto! Tengo que decirte que, siendo yo muy-anti-cruceros…, me lo pasé pipa en el «vaporetto» que me llevó desde Oriente hasta tu casa, ¿te acuerdas? Cuando me colé en uno de lujo sin querer, e iba acojonada por si me arrestaban mientras yo me zampaba delicias gratuitas aquí y allá…
Sí, sí que me acuerdo, el verano pasado 🙂 Yo tampoco soy mucho de cruceros, más bien nada, y lo digo por experiencia. Te recomiendo mucho el libro y el escritor. Estupendo. Un beso!
Tengo 51 años, hice un crucero, no estuvo mal pero tampoco como para repetir.
Yo tengo algunos menos y también hice uno. Espero no hacerlo nunca más. Un saludo!