Hace mucho calor. En las ruinas, prácticamente desiertas, el rumor de las cigarras es el único sonido que quebranta el silencio. A la derecha, un bosquecillo de pinos rodea una roca escarpada. A la izquierda, tras el antiguo puerto, se extienden los campos de cultivo que durante siglos han ido reemplazando el mar. En la parte más alta, justo enfrente, se levanta lo único que parece haber quedado de la ciudad griega: cinco columnas reconstruidas de lo que fue el templo de Atenea. Las otras veinticinco yacen esparcidas a nuestro alrededor. Sus tambores, (des)colocados por el paso del tiempo, forman un particular bosque de engranajes. Bajo la luz despiadada del verano se nos muestran inestables, como si, a pesar de su enorme tamaño, estuvieran a punto de empezar a girar sobre sí mismos.
Foto de Suleyman. Dibujo del autor.
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