«Rashid me enseñó en un mapa el antiguo lecho del Uzboy.
»El Uzboy, después de tomar agua del Amu-Daria, atravesaba el desierto de Kara-Kum para desembocar en el Caspio. Era un río hermoso, dice Rashid, largo como el Sena. Murió, continúa, y su muerte supuso el comienzo de una guerra. (…)
»El río apareció en el desierto de repente y relativamente tarde: hace unos cinco mil años. El agua trajo al desierto peces y pájaros. Después llegó la gente. Pertenecían a las tribus de ali-ili, chyzr y tivedji. Los turcomanos de aquel entonces estaban divididos en ciento diez tribus, o tal vez aún más. Los ali-ili, los chyzr y los tivedji dividieron el Uzboy en tres tramos, de modo que a cada una de las tribus le correspondía un tercio de la longitud del río. Las márgenes del Uzboy se convirtieron en un oasis rebosante de vida. Surgieron pueblos y factorías, jardines y plantaciones. Un bullicioso enjambre de gente se había instalado en el corazón mismo del desierto. Lo que puede hacer el agua. El agua es el origen de todo. El primer alimento. (…)
»Recorrían el río barcazas que transportaban mercancías de la India a Anatolia, de Jorezm a Persia. El Uzboy era conocido en el mundo entero. (…) Lo mencionan los griegos y los persas, también lo hacen los árabes. En las orillas del Uzboy se habían dispuesto hospitalarios albergues de caravanas donde los remeros podían descansar, pernoctar y saciar el apetito. En Dov-Kala, Orta-Kuyu y Talay-jan había mercados que ofrecían una gran variedad de productos de máxima calidad.
»(…) Todo pensamiento giraba entonces en torno a una cuestión tan vieja como el reparto del agua. Si aplicamos el método deductivo, esta es la conclusión que se impone. Aún después de la Revolución el reparto del agua era para un turcomano un acontecimiento tan importante como el estallido de una guerra o la firma de la paz. Dependía de él prácticamente todo. El agua llegaba a los campos encauzada por canales que se denominaban aryks. El reparto se hacía en el ayryk principal. Cuando la primavera era benigna, el reparto se convertía en una fiesta. Solo que en esas latitudes las primaveras benignas no suelen repetirse a menudo. A lo largo de todo el año puede caer la cantidad de agua que en Europa descarga un solo aguacero. Pero también puede ocurrir que la cantidad de agua de lluvia anual caiga en solo dos días y que el resto impere la sequía. En tiempos así, el reparto del agua se convierte en una guerra. A ambos lados de los aryks se extendían cementerios y el fondo de los canales se cubría de huesos humanos.
»Los ricos tenían aryks grandes, y los pobres, pequeños. El pobre intentaba abrir a hurtadillas la esclusa con el fin de dejar entrar más agua en su aryk. El rico combatía estas prácticas. Este era el aspecto que tenía la lucha de clases. El agua era objeto de especulación, una mercancía del mercado negro. Existía la bolsa del agua, el boom del agua, el crack del agua. Especulando con ella, la gente ganaba grandes fortunas o se arruinaba. En aquel entonces se impuso una serie de costumbres que solo la Revolución logró abolir. Reservada para hombres casados, la mujer no tenía derecho al agua. El que acababa de ser padre de un hijo varón, lo casaba con una mujer adulta. Como hombre casado, al recién nacido le correspondía una ración de agua; era la manera de enriquecerse en aquellas familias en cuyo seno nacían muchos varones. Solo en 1925, el Primer Congreso de los Sóviets del Turkestán promulgó el revolucionario decreto en virtud del cual se prohibían los matrimonios de recién nacidos y se otorgaba a la mujer el derecho al agua.
(…)
»La agonía del río, dice Rashid, comenzó hace cuatrocientos años. El río que había surgido de repente en medio del desierto empezó a desaparecer a gran velocidad. El Uzboy, que había creado una civilización en el corazón del desierto, que proporcionaba alimento a tres tribus, que unía Oriente con Occidente, que había dado cobijo a decenas de ciudades, estaba siendo sepultado en la arena. (…) No se sabe quién se dio cuenta de ello primero. Los ali-ili, los chyzr y los tivedji se reunían en la orilla para ver cómo se les iba el río, la fuente de la vida. Se sentaban y lo contemplaban, pues los hombres gustan de contemplar su desgracia. El nivel del agua descendía de un día para otro, abriendo un abismo entre la gente. La lucha de clases, consistente en abrir y cerrar las esclusas, perdió todo el sentido. No tenía sentido quién era dueño de un aryk grande o pequeño: ninguno llevaba agua. La gente iba corriendo en busca de los mullahs, de los ishanes. De nada sirvió. Se agostaban los campos y se secaban los árboles. Por un saco de agua se compraba una oveja de astracán. Las caravanas, que antes se detenían aquí y allá, ahora atravesaban el lugar a toda prisa, como si se tratase de una tierra maldita. La gente abandonaba los mercados, los comerciantes cerraban sus tiendas.
(…)
»El gran éxodo había comenzado. Los hombres de las tribus ali-ili, chyzr y tivedji (…) emprendieron la marcha hacia el sur, debido a la gran fama de que gozaban en la época los oasis meridionales de Mary y Tedjen. La ruta de los desterrados pasaba por el Kara-Kum, que significa arenas negras, y que es el desierto más grande no solo del Turquestán, sino de toda Asia Central. Dejaban a sus espaldas un río muerto que yacía allí como un cántaro roto. La arena sepultaba los aryks, los campos y las casas.
»Rashid dice que las tribus del río muerto se encontraron con la actitud hostil de los pobladores de los oasis del sur, las tribus teke y saryk. A pesar de que todos eran turcomanos, los lugareños y los que llegaban, formaban un pueblo dividido a causa del agua. Rashid dice que que en los oasis existe una proporción entre la cantidad de agua y el número de personas, y que por eso un oasis no puede recibir gente nueva. Un oasis puede acoger a un huésped, un comerciante, pero no a toda una tribu, que no tardaría en hacerle perder el equilibrio del que depende toda su existencia. Por eso no puede haber paz entre el desierto y el oasis. Aquí el hombre se halla en una situación mucho más categórica que el hermano que vive en zonas de clima moderado. (…) En el desierto, la guerra la origina el ansia de vivir, contradicción en que nace atrapado el hombre y en la que consiste su drama. Por eso los turcomanos jamás conocieron su unidad: los dividía el aryk vacío.
»La muerte del Uzboy, que expulsó al sur a las tribus del río extinto, dio comienzo a una serie de guerras fratricidas entre los turcomanos, guerras que se prolongaron durante siglos, llegando hasta época moderna…»
Ryszard Kapuściński, El Imperio. (1993) Traducido para Anagrama por Agata Orzeszek
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