Madrid se vuelve denso en verano. Las noches se hacen cortas y los días, a veces, interminables. En los trayectos de autobús, mientras al otro lado de la ventanilla los edificios palidecen bajo un cielo tan azul como descarnado, leo un libro que no me canso de recomendar. Se llama Crematorio y dice mucho de lo que es este país y de sus paisajes. Y cuando hablo de paisajes no solo me refiero a los descampados, a las autopistas o al mar asomando entre torres de hormigón. También de nuestros horizontes más íntimos, de tantas esperanzas y anhelos que irremediablemente acaban derretidos por el sol fuerte del verano. A medio camino entre una pesadilla provocada por una digestión pesada y la visión fugaz de alguno de las protuberancias urbanísticas del Levante (como Marina d’Or, por ejemplo), el Misent en el que se sitúa Crematorio nos es tan familiar que, al igual que Macondo o Comala, acaba por parecernos real.
A lo mejor, amigos lectores, estáis de vacaciones en un Misent cualquiera. No os culpo. Pero, aún a riesgo de amargaros las vacaciones, creo que tenéis que leer esta descripción de esta verdadera ciudad de vacaciones. Os lo digo por vuestro bien.
«Misent está lejos de todo lo que una persona tiene que hacer de verdad en la vida. Una especie de inocuo parque temático, un estúpido lugar de vacación. Calidad de vida, sólo relativa. (…) Es cierto que está el mar, el cielo, el paisaje y el clima, los jardines produciendo flores todo el año, a destajo, pero cada vez que tienes que hacer algo que se salga de la corriente, coger un tren, un avión, moverte a alguna parte, la calidad de vida se viene abajo: resulta complicado salir de Misent, con unos accesos permanentemente embotellados; no hay ni tren, ni siquiera buen servicio de autobús, y agobia la propia ciudad en crecimiento incontrolado, por todas partes a medio terminar y ya en funcionamiento, todo en obras, todo construido a un tamaño propio de una población que albergara a la mitad de los habitantes que viven en ella durante la estación baja y a la cuarta parte de los que la llenan en verano. (…) Lo único que sabemos con certeza es lo que hemos perdido. Una forma de vida que teníamos. Eso es lo que sabemos. (…) El Misent de las playas casi desiertas en las que el mar dejaba conchas, estrellas de mar, hipocampos, esponjas secas, y que olía a hierbas marinas que se pudrían, a algas que se secaban al sol, a pescado en putrefacción; olor de yodo, de salitre; texturas languidecientes entre lo solido y lo líquido (…): ese Misent ya no existe; lo han sustituido todas esas casas en construcción, las plumas de las grúas cruzando el aire, las calles a medio asfaltar. (…) Vivimos en un lugar que no es nada: derribo de lo que fue y andamio de lo que será. (…) Todo eso lo ha pensado Silvia esta misma mañana. con Félix jugueteando en el asiento de atrás, enfadado porque no ha dejado que se sentara de copiloto a su lado, lo ha pensado al llegar al área de peaje de la autopista, en ese tramo en el que la carretera se levanta sobre los campos y, a través de la ventanilla, se contempla toda la llanura que se extiende entre montañas, de perfil violento, y el mar; al ver los huertos abandonados, los naranjos con las ramas secas y retorcidas como las cabelleras de esos cadáveres desenterrados que aparecen en los libros de historia contemporánea, momias de monja que los anarquistas exhumaron en los asaltos a los conventos durante la revolución española, sólo algunas hojas amarillentas pegadas a las ramas; los huertos baldíos, los troncos de los frutales cortados y amontonados para quemas, las acequias secas, en las que en vez de correr el agua corren plásticos y papeles llevados de aquí para allá por el viento del poniente, escombreras, sacos de cemento seco, somieres agujereados, colchones sucios, tazas de retretes rotas, lavabos hendidos; vertidos que, en las noticias de los periódicos, se definen como incontrolados en los alrededores de una ciudad que crece como una constelación de tumores, metástasis que se multiplican, que engordan hasta juntarse unas con otras y formar ramificaciones que ocupan decenas de kilómetros; mitomas, arborescencias nerviosas, espesándose, compactándose cada vez más.» Rafael Chirbes, Crematorio, 2007
Por cierto, no puedo dejar de señalar que la novela dio lugar a una serie de televisión con el mismo título que es la serie española que más me ha gustado después de Verano azul y Anillos de oro (incluso, me atrevo a decir, mejor que esta última).
Las fotos son de Sergio Escalante del Valle que, como un servidor, también disfruta de unas vacaciones (mal) pagadas en la capital.
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