Un paseo por (casi todo) Kirguistán

tublogcolegui12En el capítulo anterior había explicado mis experiencias místicas en los alrededores del lago Song-Köl, al que había sido guiado por el tan devoto como persistente Sher. Sin embargo, no os había dado algunos importantes detalles que creo que son necesarios para entender la situación en la que me encontraba. Además de por las charlas sobre el Allah y el Corán, estaba también extenuado por la altura y, aunque nos encontrábamos aún a principios de Julio, también por el frío, bastante intenso en los alrededores del lago. Pero sin duda, lo que determinaba mi estado (que cabría definir como una mezcla de cansacio y estupor) fue una poderosa indigestión que se apoderó de mí después de beber kumiz (leche fermentada de yegua), y que me había provocado ora vómitos ora diarrea.

De esta manera, cuando nuestro viaje terminó me sentía satisfecho y con ganas de descansar en una cama calentita. Tal y como estaba planeado, y dado que en ciertas zonas de Kirguistán resulta imposible llegar en transporte público, un coche había venido a buscarnos a las montañas. Mi guía Sher y yo colocamos las mochilas en el maletero y nos despedimos de la familia de pastores con la que habíamos dormido la última noche y que era francamente fantástica. Después nos montamos en el coche, y mientras les veía hacerse pequeñitos y desaparecer en la distancia, pensé por un momento que el turismo, aunque suele establecer relaciones desiguales, permite también encuentros que de otra manera serían imposibles.

Pero dejando a un lado estas reflexiones, situémonos en el taxi que ha comenzado a bajar por un camino serpenteante y rodeado de altas montañas en dirección a Kochkor. Parecía evidente que aquel tour, lo más caro que había hecho hasta el momento, estaba llegando a su fin, pero de pronto Sher tuvo una excelente idea. O eso creía él. Como sabía que mi plan era ir al día siguiente a Tash Rabat, un bello caravansar que quedaba un poco a trasmano, ya que uno debe ir y volver por el mismo camino, me dijo que lo mejor era hacer un desvío ahora para verlo, lo que me ahorraría tiempo y dinero (como si estos dos parámetros pudiran aplicarse a las experiencias). Con su imborrable sonrisa nos dibujó al taxista y a mí un mapa que paso a reproducir aquí y que, ante mi falta de referencias, di por bueno. Viéndolo daba la sensación de que Sher tenía razón y lo más lógico era pasarnos por Tash Rabat antes de volver. Al taxista además le encantaba la idea, pues nunca había ido allí y me propuso un precio que, aunque elevado, era ciertamente más económico que si fuera por cualquier otro medio. Así que, cegado por un repentino deseo de verlo todo en el menor tiempo posible, decidí aguantar un poco más mi cansancio y mi casi estabilizada enfermedad y darme una última paliza. Craso error.

Vease la diferencia entre el mapa dibujado y el real. SK: Song-Köl, K: Kotchkor, N: Naryn, T: Tash Rabat

Véase la diferencia entre el mapa dibujado y el real. SK: Song-Köl, K: Kochkor, N: Naryn, T: Tash Rabat

Tal y como veis la realidad difería bastante del mapa y Tash Rabat se encontraba francamente lejos. Además, Sher empezó a maquinar nuevos planes que no acababa de entender y que me incomodaban. Por ejemplo, y como mi cámara estaba sin batería, se dedicaba a hacerme fotos todo el rato y me pedía que posara. Obviamente, pensé, hacía esto porque querría una pequeña comisión por mi parte. Pero su personalidad no era tan sencilla, y en el ocultamiento propio del Islam nunca me acababa de quedar claro si no sentía ningún interés por el dinero (ya que varias veces me había dicho que hacía este trabajo sobre todo por placer) o, por el contrario, lo buscaba con avidez.

Así que nos pusimos en marcha y cuando llegamos a la carretera general (en obras y llena de polvo) tomamos la dirección contraria a la que debíamos y empezó nuestro “pequeño desvío”. Tardamos un buen rato en llegar a Naryn, el único pueblo por el que pasaríamos, y Sher insistió en parar a visitar su antigua escuela. Como ya expliqué en la anterior entrada, el clérigo Fetullah Gülen, uno de los hombres más misteriosos y poderosos de Turquía, extiende su mensaje islámico a través de universidades y escuelas por todo el mundo, especialmente en los países túrquicos de Asia Central. Y en Naryn, un pueblo bastante remoto e insulso, tiene uno de sus liceos en donde Sher había entrado en contacto con «el movimiento». No sé como pero Sher nos manipuló hasta acabar los tres (el taxista también) en el comedor de la escuela tomando de gratis una sopa turca de lentejas. También conocimos a su antiguo tutor, un turco de Adana, que andaba sumido en un profundo sopor causado sin duda por el vacío centroasiático y su estricta observancia del ramadán. Fue él el que nos reveló que el “desvío” iba a ser más largo de lo que imaginaba, y que entre ir y volver serían cinco horas más o menos. Y esto sin contar con el tiempo que habíamos tardado en llegar allí y el que emplearíamos para volver a Kochkor. Ocho o nueve horas en el taxi no me las quitaba nadie, comprendí de pronto, y mi rostro de angustia debió de ser tan obvio que Sher, para que no me preocupara, me dijo que si se nos hacía de noche podríamos a la vuelta dormir en el liceo. Además así me ahorraría una noche de hotel, ¡y todo gracias a su astucia!

Como ni al taxista ni a mí nos apetecía tener que dormir entre aquellos empalagosos seguidores del islam, terminamos de comer con rapidez e insistimos a Sher a volver a la carretera, lo que hicimos. Efectivamente, unas dos horas y media después, llegamos a Tash Rabat, un bello caravansar en un precioso valle de Montaña. El lugar era extraordinario, y Sher y el taxista, que nunca había estado allí, parecían felicísimos y se hacían fotos el uno al otro. Yo me aparté un poco de ellos y fingí que no los conocía. La verdad es que me daba un poco de vergüenza aquella situación que se había montado a mi alrededor, y mucho más aún porque supuestamente todo esto se hacía por mi disfrute y a mis expensas. Desde luego esa no era el tipo de aventura que había soñado vivir cuando había salido de Madrid unos meses atrás.

Caravansar de Tash Rabat (foto de Tomás Llovet)

Caravansar de Tash Rabat (foto de Tomás Llovet)

Después de ver el lugar, nos tomamos un té que no se de donde se sacó Sher con sus tretas habituales, pues no lo pagamos, y nos preparamos mentalmente para la larga vuelta, que sería de entre cuatro o cinco horas más. Pero mientras estábamos en ese momento de descanso fuimos captados por una ucraniana que andaba por allí y que podría perfectamente servir para ilustrar la expresión tan española de “éramos pocos y parió la abuela”. Sin ser cruel, sino lo más descriptivo posible, debo decir que parecía una especie de catequista con serias dificultades cognitivas. Tenía el pelo lacio y rubio, unas gafas de culo de botella que deformaban sus ojos y una voz quebradiza pero persistente. Para rematar llevaba puesta una falda larga, un jersey con flores bordadas a lo patchwork y un sombrero de paja de alas muy muy grandes. Por supuesto, viendo que contábamos con coche, quería que la sacáramos de allí. A mi no me importaba, le dije, siempre y cuando me ayudara a pagar el trayecto. Pero desde el principio dejó claro con su voz lastimera que no tenía dinero y que de hecho había venido a ese lugar perdido desde Ucrania (un país en guerra, no olvidemos) haciendo autoestop. Quería ser duro, pero viendo el aspecto hippie/eslavo de la mujer y su mochila raída acepté, aunque esto me hizo sentir un poco más estúpido de lo que ya me sentía.

Así que en algún momento de mi viaje nos encontrábamos todos en aquel coche. El taxista, que no parecía especialmente lúcido, estaba cansadísimo, y ya empezaba a darse cuenta de que la distancia no se correspondía con lo que Sher le había contado con lo que prácticamente toda su ganancia se le iba a ir en gasolina. Sher, con su interminable sonrisa, tal vez pensaba en todo lo que supuestamente iba a pagarle por sus servicios no solicitados. En eso o en algún asunto relacionado con Dios, con él nunca se sabe, pero en cualquier caso sonreía. A su lado estaba la ucraniana, feliz de haber logrado salir al fin de Tash Rabat y viajar comodamente. Y yo en el asiento de delante, que era el que me correspondía como patrocinador del grupo.

En un momento dado la mujer, que debería sentir que como pago a mi amabilidad estaba obligada a darme conversación, comenzó a preguntarme en inglés cosas sobre mi vida. Fue una conversación curiosa pues a cada pregunta ella respondía siempre con un «yo también» que, a la par que iban aumentando las coincidencias entre nosotros, se volvía más agudo y emocionado. No solo los dos teníamos el mismo trabajo y la misma edad sino que, sorprendentemente, los dos estábamos solteros, sin hijos y sin compromiso. Esto pareció fascinarla, pero no menos que el hecho de que mi recorrido para los próximos días fuera exactamente igual al suyo. No sé si pensaría que me iba a recorrer Kirguistán en taxi, como bien podría parecer dadas las circunstancias en las que me había conocido, pero en cualquier caso, y viendo su rostro esperanzado, me dio la sensación de que me veía como la solución sentimental y financiera para algunas carencias de su vida (no a las psicológicas, sin embargo, que era las que más atención precisaban). Para mí, por el contrario, pensar siquiera en alargar más la compañía de ninguna de aquellas tres personas me provocaba tanta angustia que me acabó dando la risa tonta que, ante sus rostros de incomprensión, se volvió del todo incontrolable. Así que reí durante un rato nervioso y agotado hasta que el primer camión que pasó volvió a llenar el coche de polvo ahogando mi hilaridad en tos y nauseas.

En cualquier caso, esta situación inusual es una perfecta ilustración de como en aquel momento los intercambios comerciales, el turismo mal entendido y la gastronomía del lugar me estaban dejando exhausto en los terrenos mental, físico y económico. Mi bondad natural y mis buenos deseos por mis semejantes estaba desapareciendo y estaban siendo sustituidas por una sorna y crueldad que no son propias de mi naturaleza. Aún me quedaba mucho tiempo para volver a casa y muchos desiertos y montañas que recorrer, y yo necesitaba más que nunca una luz en el camino. Más o menos la encontré, más adelante, pero ya os aviso que quedan aún muchas aventuras que contar y paisajes aún más desolados que, dado que viajo solo, me gustaría al menos recorrer en vuestra compañía, queridos lectores.

La ironía. Ese tema.

La ironía. Ese tema.



Categorías:Asia, Kirguistán, Lugares

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5 respuestas

  1. jajajaja, cómo me he reído! Qué bien lo cuentas, además son situaciones únicas, parecen salidas de una peli de Almodóvar pero en versión globalización

  2. No pienso poner los pies en ningún país cuyo nombre acabe en -tán. Con leer tus artículos mi curiosidad se siente más que satisfecha. A esperar la siguiente entrega.

Trackbacks

  1. Delirio y horror en las montañas kirguises. |

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