La primera vez que vi el monasterio de Qala’at Samaan fue en Arquitectura Paleocristiana y Bizantina, el típico manual de Cátedra que usábamos para aprobar asignaturas con títulos tan pomposos como “Arte Bizantino y su Proyección”. Recuerdo que, a pesar de que no entraba en el examen, leí todo lo que el ilustre profesor Richard Krautheimer explicaba sobre este edificio en el libro. También, por supuesto, repasé una y otra vez las diminutas fotos en blanco y negro que contenía. Eran pequeñas y un poco borrosas, es verdad, pero en aquel tiempo anterior a internet eran más que suficientes para transportarme a los paisajes remotos donde, siempre según el manual, aún se erguían las solitarias ruinas del monasterio. Estudiaba con atención la disposición de sus ábsides y absidiolos, las cuatro basílicas unidas en el centro con un martirium (un diseño más que original, por cierto), pero si he de ser sincero lo que más me interesaba de aquel lugar era su aire lejano y romántico, el desierto que lo rodeaba y, por supuesto, el santo estilita que siglos atrás lo había habitado. En aquellas tardes de estudio me encantaba imaginar a aquel hombre que día y noche, en verano y en invierno, se las pasa rezando sobre una columna en la más completa soledad, tan lejos en la distancia como en el tiempo. Nunca imaginé que, a principios del 2009 traspasaría aquellas pequeñas fotos en blanco y negro y viajaría al lugar legendario y olvidado que, actualmente, se encuentra al norte de Siria… (continúa)
Entrada publicada originalmente en Marzo del 2009.
Desgraciadamente, el monumento que yo vi a principios de aquel año ha sido dañado durante la interminable guerra en Siria que, además de acabar con la vida de al menos 500.000 personas, ha desplazado a millones de sirios desde su inicio en el 2011.
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