
«En el lugar había solo dos hombres de mediana edad, pequeños y como arrugados, y al oírme hablar con el patrón se habían acercado a mi mesa y se presentaron en seguida. El uno era aguador y el otro aperaba carros, y querían saber adónde iba y si tenía familia por ahí y cuánto tiempo pensaba quedarme.
—El país es pobre, pero hermoso —decía el aperador.
—En España no hay el adelante d’otras naciones, pero se vive mejó que en ningún sitio— decía el azacán.
—Los extranjeros, en cuando puén, se vienen p’aquí.
—En Andalucía, con un poquico de ná, se las arregla usté y va tirando…
Hablaban monotonamente, como si salmodiaran una letanía, y yo tenía que hacer un esfuerzo para escucharlos. Quería decirles que, si éramos pobres, lo mejor que podíamos desear era ser también feos; que la belleza nos servía de excusa para cruzarnos de brazos y que para salir de nosotros mismos debíamos resistir la tentación de sentirnos tarjeta postal o pieza de museo.
—Por eso me gusta Almería. Porque no tiene ni Giralda ni Alhambra. Porque no intenta cubrirse con ropajes ni adornos. Porque es una tierra desnuda, verdadera…
Pero ellos seguían hablando de canto y toros, de sol y gachís, y agarré la botella de Jumilla. La tempestad había desfogado su cólera y yo seguía a cuestas con la mía, y el corazón me latía con fuerza y la sed me quemaba la garganta. Bebí un vaso y otro y otro y el dueño de la taberna me miraba y, al acercarse a servirme otra botella, me enjugué la cara y le dije:
—Es una gota de lluvia.
Toda la tarde estuve vagando por el pueblo sin saber adónde me llevaban los pasos. El cielo era de color gris, las calles parecían vacías y recuerdo que permanecí varias horas, sin moverme, acostado en la playa.
Unos niños rondaban alrededor mío a respetuosa distancia y, al levantarme, oí decir a uno:
—Parece que se le ha muerto alguno. Mi madre lo ha visto llorando.»
Juan Goytisolo, Campos de Níjar, 1959.
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Que oportuno traer aqui, ahora, estas lineas, al autor. Gracias por tu homenaje a este gran hombre. Cuanto te necesitamos Juan !