Paseos por mi barrio

bandera independentista española

Se nos está yendo de las manos el tema de las banderas. Yo os lo advierto.

Intento no leer mucho las noticias. Y mucho menos asomarme a Twitter. Trato de saber poco de lo que está pasando porque me enerva y me deprime al mismo tiempo. Y aún así me entero, cómo no. E indignado, me dan ganas de enfundarme también en algo, en una bandera de España (sí, porque ya está bien de dejar que unos pocos se la apropien) y, como el tipo ese de instagram, salir con un cartelito de cartón y escribir cosas como: «la libertad no se puede conseguir a costa de los demás «. O, «tanta posverdad me esta matando». O, «la democracia es llegar a acuerdos (piensa un poco en los demás, hijo de puta)». Y muchas más, pues cada día tengo una nueva ocurrencia.

El caso es que con tanta cacerolada, tanto vídeo editado de declaraciones de este o el de más allá, con las Ana Rosas y Ayusos de turno, el dichoso casoplón en Galapagar (la gente en los medios está desvirtuando este pueblo. Para mí que nunca han pasado por allí) o de un Gobierno y oposición que parecen no estar nunca a lo que hay que estar, prefiero no pensar demasiado y darme una vuelta con el hijo e ir al parque (aquí no los han cerrado). Recorrer una y otra vez las calles que rodean mi casa y tratar de no dejarme afectar por esta autodestrucción que parece formar parte del folclore de nuestro país.

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Esta casa está muy cerca de mi piso. Y me parece fascinante, como de otra época. La puerta bloqueada, los trofeos de caza, la bandera… Ciertamente es una especie de resistencia en un municipio en el que apenas quedan ya casas bajas.

Sé que suena un poco a cliché, y seguramente lo sea. Y a lo mejor hasta es un poco falso porque si pudiera cogía el carro con el niño dentro y en lugar de volver a casa me iba otra vez a recorrer el mundo. Sea como sea, hay que reconocer que hay algo de verdad en eso de que lo importante no se encuentra en las agitadas imágenes que nos aturden a diario sino en lo más sencillo y cotidiano. Si como parece esta crisis nos está queriendo decir que debemos alejarnos de una vez del frenesí vacuo y ruidoso de la actualidad y el consumo, solo nos queda recorrer nuestro entorno con lentitud y atención, como si fuera algo nuevo y digno de verse, de fotografiarse y hasta de escribir una entrada en un blog de viajes. Y en eso es a lo que me dedico en estas semanas. A pasear por mi ciudad (hace unos años solo un pueblo) en busca de algo que merezca la pena ser contado.

He encontrado algunas cositas. No sé si son tan llamativas como las arquitecturas fantásticas de Batumi, pero a mí me han hecho darme cuenta de que no conocía realmente mi entorno. Con los edificios que siguen apareciendo año tras año, las tiendas que abren o cierran y los mensajes que reclaman tu atención en el Whatsapp no me había fijado mucho en las pequeñas casas de pueblo, encaladas, que han ido quedando aisladas entre los edificios de tres pisos, lo máximo que permite construir el ayuntamiento. Muchas de ellas están abandonadas, tal vez situadas en lugares que ningún constructor ha visto interesante aún o divididas por herencias y disputas familiares que han impedido que se conviertan en otro bloque de ladrillo más. Hay algunas (3, me parece) que, a pesar de estar mal iluminadas y tener escaleras angostas y mal construidas, siguen habitadas por mujeres mayores vestidas de negro. Hay una especialmente a la que suelo encontrar mirando la televisión en un salón abigarrado de fotos y manteles de ganchillo. Alguna tarde tiene visita y se la ve contenta.

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«Cuadrado rosa sobre fondo de ladrillo». Una obra que bien podría ser de un Malevich grafitero.

Otra de las cosas que me han llamado la atención de mi pueblo son las tachaduras de las paredes que hay por todas partes, sobre todo en los callejones. Me explico. Como esta es una zona más o menos pudiente y se vende sobre todo un «estilo de vida», el ayuntamiento cuida mucho la apariencia de las cosas, incluyendo la pulcritud de las superficies. Las paredes tienen que estar limpias, homogéneas y, sobre todo, libres de pintadas. Así que, en cuanto se descubre que algún chaval ha emborronado con espray un muro cualquiera, la brigada antipintadas municipal se pone en marcha para recuperar cuanto antes el orden a brochazos.

No es tan burdo como parece y no penséis que hablo de esto con ironía. Me da la sensación de que los técnicos del ayuntamiento hacen bastante bien su trabajo. Aunque nunca lleguen a dar con el tono exacto, tienen cierto cuidado con el color de la pintura que escogen y siempre tratan de que no desentone demasiado con el fondo (normalmente anaranjado o pastel). En general no lo cubren de mala manera sino que pintan en áreas cuadrangulares, encajando los bordes con las filas de ladrillos.

Uno se acostumbra a estos remiendos y si no llega a ser por mis paseos del coronavirus me habrían pasado por alto como las casas de pueblo. Sin embargo, ahora no hago más que buscarlos ya que a veces, inconscientemente, crean formas caprichosas que recuerdan un poco al constructivismo ruso (véase el «Cuadrado rosa sobre pared de ladrillo» un poco más arriba). En los callejones más solitarios hay una superposición tal de tachones que la pintura comienza a descascarillarse, dejándonos entrever capas más antiguas. Llamadme flipado, pero aquí veo un poco más el espíritu de Rothko que el de Malevich. En cualquier caso nunca pensé que las paredes de mi aburrida ciudad residencial pudieran ser algo así como un palimpsesto de colores pastel. Y es que nuestro entorno está lleno de misterios.

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Le falta su mística, es verdad, pero no me digáis que en estas paredes no son muy Rothko.

El niño ya lleva bastante rato dormido en el carro y seguramente luego le va a costar conciliar el sueño por la noche. Va siendo hora de volver a casa. Pero antes de hacerlo no puedo dejar de pensar una última vez en la brigada antipintadas y su streetart involuntario. En todos esos mensajes que permanecen ocultos en las paredes. Imagino que en su mayoría serán esas firmas retorcidas con las que los adolescentes tratan de encontrar su identidad, pero también habrá declaraciones de amor y mensajes políticos que han quedado para siempre censurados por el bien de la estética municipal. Pedro Sánchez dimisión. Gora ETA. Matar hippis en las Cíes. O, y esta es la que me gustaría escribir hoy: Si tú no fueras tan americano yo tampoco sería tan ruso. Porque estamos instalados perpetuamente en el si tú, en el si yo y es que… Mierda. Ya estoy perdiendo una vez más la serenidad. Y es por vuestra culpa, fachas y totalitarios de mierda. Siempre tenéis que joderlo todo.

 



Categorías:España, Europa, Lugares, Madrid

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