Pasó cuando estaba dando una vuelta por la calle Khreshchatyk de Kiev, mientras observaba los enormes edificios estalinistas con los que se reconstruyó la zona después de la Segunda Guerra Mundial. Estaba entonces reflexionando (o más bien elucubrando) sobre como las vanguardias soviéticas de los años 20 habían dado paso a la arquitectura altisonante y poco imaginativa del clasicismo socialista. También en lo sorprendentemente bien que le sentaban a aquellos imponentes edificios los centros comerciales y las cafeterías que aquella tarde, gracias al buen tiempo y al capitalismo, estaban llenas del moderno proletariado ucraniano. Todo era más o menos como en cualquier otra gran ciudad europea. Casi todo, mejor dicho, porque también estaban ellos, quebrando con sus uniformes la soleada tarde primaveral…

Pero, ¿qué pintaban aquel grupo de militares en mitad de  Khreshchatyk ? Como soy curioso, desvié mi rumbo para pasar a su lado y mirar de reojo como envolvían en plástico negro un gran bulto tendido en el suelo. Enorme, sí, tanto que la bolsa no lograba cubrir sus piernas regordetas.

No me pareció apropiado (aunque era lo que realmente me apetecía) pararme en medio de la calle a mirar el espectáculo. Pasé de largo y me senté un poco más adelante para observar entre las cabezas de dos novios como los militares colocaban el cuerpo sobre una camilla. También para mirar como pasaban a su lado dos rubias sobre tacones de aguja, un chico hablando por el móvil y otro bebiendo una cerveza. Tal vez se tratara de algo relativamente normal en Kiev, pero aún así me sorprendió su falta de curiosidad, tan ajena a la morbosidad latina que yo sentía. Aunque, quién sabe, puede que fueran mucho más civilizados y su aparente indiferencia fuera más bien un profundo respeto por el trabajo de los militares. O por el muerto.

Poco más logré pensar. En unos minutos los militares metieron la camilla en una furgoneta y desaparecieron en el tráfico de Kiev. Khreshchatyk continuó con sus proletarios disfrutando de sus compras y sus cervezas mientras yo, sin encontrar a nadie con quien comentar lo que acababa de ver, seguí con mis obligaciones como turista: mirar la guía y buscar en los edificios el símbolo de la hoz y el martillo.  Tal vez -me dio por pensar- esta calle guarde algo de su espíritu soviético a pesar de los McDonal’s. Sí, sin duda, y es hasta posible que lo que identificaba como frialdad eslava  tuviera más que ver con la  arquitectura estalinista. No hay que olvidar que hasta hace poco era conveniente en Ucrania  no preguntar más de la cuenta. Y es bien posible que este, y no la indiferencia, sea el verdadero motivo por el que los ucranianos no miran en los accidentes.

Fotografía de la calle Khreshchatyk en Kiev de Thisisbossi. Canción Accidentes es de Los Punsetes.

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