Cuando llegué a Mashad, después de llevar ya algunas semanas en Irán, noté que empezaba a estar algo harto del rollito este del islam. Y es que es en esta gran urbe, el único lugar en suelo iraní en la que yace uno de los 12 imanes que reverencian los chiíes, se ha convertido para los iraníes (y para muchos otros chiíes del mundo) en una especie de Disneyland religioso, dos palabras que ni siquiera en este blog deberían ir juntas.

Es verdad que a los turistas nos encanta observar a gentes exóticamente ataviadas practicando sus sugerentes ritos, y hay que respertarlo todo, faltaría más. Pero después de pasearme por el inmenso mausoleo y sus diferentes recintos en los que ahora te descalzas, ahora te calzas y al rato vuelves a descalzarte, de repente me entraron unas ganas locas de convertirme en una especie de dictador iraní y quitarles la tonteriíta a toda la gente en trance místico que me rodeaba.

Porque, a ver, ¿quién puede entender que a una mujer musulmana, así de pronto, le de por plantarse un chador negro y revestirse toda ella para que no se le vea ni un milímetro de carne? En invierno puede ser, ¿pero también cuando las temperaturas superan los 30 grados? ¿Y qué me decís de esas niñas de ocho, diez, doce años que se hacen fotos con semejante indumentaria como si ir a una mezquita así vestidas fuera lo más interesante que les ha pasado en su corta y triste vida? Y eso por no hablar de todos esos hombres atavíados con camisas que ya habrían resultado carcas en la España de los cincuenta; hombres a quienes la palabra de Dios no les impide utilizar el matrimonio temporal para revolcarse de vez en cuando con mujeres sin caer en el pecado. ¿Y a esos otros a los que les da por llorar al ver la tumba de su imán preferido y pensar en lo que sufrió el pobrecito hace más de mil años? ¿Hombres hechos y derechos gimoteando como niñas? Por favor, ni que esto fuera un estadio de fútbol. Y ya, rizando el rizo, ¿qué pensáis de ese nada desdeñable número de personas que van a ver la tumba del iman en cuestión con la tirita de la rinoplastia (operación sorprendentemente común en Irán), aún visible en su remozada nariz? O sea, no puedes beberte una cerveza, comerte una paletilla ibérica ni dar la mano a una mujer que no es familiar tuyo y luego resulta que Allah permite (y da la sensación de que potencia) cambiarte la napia así de repente. ¡Venga ya!

Pues ya lo sabéis, iraníes religiosos. Si pudiera en vuestro país amasar todo el poder que una vez tuvo Esperanza Aguirre en Madrid, os lo prohibía todo: desde los chadores a los cansinos que cada noche, con una reverberación que ni en las fiestas de mi pueblo, se dedican a leer versículos frente al micrófono. Basta de chorradas, que ya está bien. A dejar el Corán y leerse todos, por decreto, Así habló Zaratrustra, o los versos de Omar Jayam, todo muy persa. Y a tomarse unos vinitos y un poco de oreja de cerdo, que ya va siendo hora. Y luego, cuando el licor se os suba a la cabeza, pues a reirse, leñe, que en la vida tiene que haber espacio también para el cachondeo. Un dictador antiislámico os mandaba yo. Para contrarrestar un poco, digo. Seguro que al principio os iba a costar, pero ya veríais como al final me lo agradecíais.

Así se habla. Sí señor.

Categorías:Irán, Lugares, Oriente Medio

Etiquetas:Islam, religión