Jarjorín (Xархорин en mongol) es una de las «ciudades» más conocidas de Mongolia, seguramente porque se encuentra muy cerca del lugar donde estuvo situada la mítica Karakórum, la capital del extensísimo imperio Mongol. De cualquier manera, como los mongoles eran nómadas, aquella ciudad descrita en los Viajes de Marco Polo y el Itinerario de Guillermo de Rubruquis no debía ser ni siquiera en sus mejores momentos mucho más que un puñado de yurtas sobre la estepa. Eso sí, se dice que el Kan Ogodei, el sucesor de Gengis, le construyó una verdadera murallas de piedra de la que, como ya imaginaréis, no ha quedado nada.
Además de un didáctico museo de la historia de la región, lo más interesante de Jarjorín es el monasterio de Erdene Zuu, construido precisamente con las piedras de Karakórum. Pero nada es fácil en Mongolia, ese lugar que a cada instante nos impone su particular estética despojada. De esta manera, igual que muchos otros templos mongoles, Erdene Zuu fue durante la época soviética casi destruido por completo y la mayoría de sus monjes asesinados. En la actualidad, además de su imponente recinto, solo quedan tres templos de los más de sesenta que llegó a tener.
Para visitar estos templos el turista tiene que ir acompañado de una guía, en mi caso una chica mongola que hablaba un inglés bastante regular. No me enteré mucho de sus explicaciones, que en general hacían referencias a los tipos de budas, que son un montón. Eso sí, era muy simpática y me hizo compañía, lo que ya es bastante.
Los templos eran recargados y coloridos por dentro, llenos de esculturas doradas de buda. Sin embargo, lo que más me llamó la atención eran las representaciones de unos personajes que mi guía definía como “protectores” (aunque para mí que eran justo lo contrario). Se trataba de figuras demoníacas rodeadas de fuegos destructores; seres de colores vivos con varias cabezas, piernas y brazos y, colgadas del cuello a modo de collar, cabezas humanas con los ojos desparramados. Hay uno de estos protectores, Yamantaka al parecer, que me llamó mucho la atención. Es azul y parece muy enfadado, lo que no le impide mantener un encuentro sexual con una mujer a la que besa con una de sus numerosas caras. Los dos están rodeados de ese aura infernal característica de los protectores y, mientras copulan, el tipo pisa con sus muchísimos pies a un montón de personas y animales… Un polvazo, vaya.
Los templos eran excelentes y me habría gustado que hubiera más, pero no me voy a quejar pues Erdene Zuu es uno de los lugares más interesantes que visité en Mongolia. Después de despedirme de la guía, y viendo que no había mucho más en aquel inmenso monasterio, me acerqué al otro edificio que quedaba en pie, el único además que los monjes seguían utilizando para sus ritos. Siguiendo el olor a incienso llegué hasta una habitación grande en la que, sentados en filas, monjes rapados y vestidos con una túnica naranja cantaban con una cadencia que podía resultar o espiritual o molesta, según tuvieras el día. A mí me agradó, aunque debo reconocer que no logré que me transportara a un nivel superior de conciencia.
En cualquier caso me quedé allí un rato observando el ritual y tratando de sentir “The power of now”, que era el rollo en el que estaba en aquel momento. No sé si lo conseguí, pero lo que sí hice fue fijarme en las familias que iban allí a modo de peregrinación. Tras pasar por caja, le contaban al monje sus peticiones y, según se tratara de un problema amoroso, de fertilidad o el remedio a una larga y dolorosa enfermedad, este comenzaba a recitar una letanía sanadora, casi siempre a voz en grito. Los interesados, en un silencio que no se si era místico pero que seguramente lo pretendía, observaban al monje, y ni siquiera se sorprendían cuando en los momentos de mayor pasión este se ponía a dar palmas flamencas.
Después de salir del monasterio y de comer por primera vez en mucho tiempo un plato vegetariano, rodeé las murallas de Erdene Zuu. Detrás del monasterio se extendía, como creo que ya imagináis, una inmensa estepa. Aunque esta era especial porque era en la que hacía siglos se había fundado la ciudad de Karakórum. Como ya os he contado, de la vieja capital del imperio Mongol no quedaba nada más que algunas descripciones y una gran tortuga de piedra (en realidad eran dos, pero la segunda no la encontré). Sin embargo, las crónicas nos dicen que se trataba de un lugar bastante cosmopolita y con una tolerancia religiosa muy inusual en la época. Desgraciadamente de los templos budistas, taoístas, musulmanes y cristianos que existían en la ciudad no queda absolutamente nada.
Mi largo periplo en busca del origen de los pueblos turcos estaba a punto de terminar y un buen número de sensaciones me inundaban cuando miraba a lo lejos el valle del Orjón (que desde allí parecía una estepa más), uno de los objetivos principales de mi viaje. Después de meses sufriendo incomodidades, enfermedades y privaciones varias; de recorrer miles de kilómetros y tratar de comunicarme en turco con kazajos, uzbekos, kirguises y uygures, había al fin llegado al lugar donde se gestó el primer kanato turco, el origen, como quien dice, del mismo turquismo. Con los ojos casi inundados por las lágrimas, sentí el peso del tiempo y el dolor en el costado que me acompañaba desde el penoso viaje en bus que me había llevado hasta allí. Todo esto debía significar algo, pensé. Tenía que tener un sentido. Mística de los pueblos turcos, ¡ilumíname!
Supongo que sí merece la pena. Al fin y al cabo habrá sido, además de un viaje de ocio / aventura / curiosidad, un viaje espiritual. Viaje espiritual = sentirse lejos de todo.
Welcome home!
Un saludo,
Dajana
PD. Me quedo con el Casper occidental…
De verdad te admiro por aventurarte por esas tierras lejanas y salvajes. Sólo tengo una duda. ¿Te encuentras viajando en estos momentos o son relatos de viajes pasados?
hola Isabel!,
pues empecé este blog cuando inicié el viaje, va a hacer un año dentro de poco. Tomaba notas en una libreta y después lo pasaba al blog mientras viajaba. Lo que pasa es como tardo tanto en escribir y lo hago cada quince días, las historias cada vez empezaron a estar más desfasadas temporalmente. Cuando estaba en Mongolia (el agosto pasado), escribía sobre Kazajistán y Uzbekistán, y ahora que estoy en Madrid escribo sobre Mongolia. Regresé a Madrid hace unos meses pero aún me quedan muchísimas cosas que contar del viaje…
En fin, espero que esto respuesta a tus preguntas. Ahora aún debe de hacer mucho frío en Mongolia, porque ya lo hacía en agosto.
Un saludo!
Muchas gracias por responder mi inquietud. Me parece una sabia decisión publicar cada quince días ya que es preferible calidad a cantidad y así puedes hacer unos buenos artículos de los cuales me declaro fan y admiradora.