Los especialistas llaman interlenguas a los sistemas lingüísticos híbridos que, cuando no sabemos un idioma, inventamos con estructuras y palabras sacadas de aquí y acullá. En mi viaje, y dado que apenas se decir Hola, ¿Qué tal?, Buenos días, Uno, dos, tres, cinco y Adiós en ruso, he ido creando una auténtica interlengua a base de adaptar el turco al resto de los idiomas túrquicos con los que me he ido encontrando. Esta lengua espuria, que en mis ratos de optimismo imagino como una versión moderna del idioma pantúrquico que el tártaro Gasprinsky creó en el siglo XIX, me ha permitido conversar con gente dispar a la vez que ha creado más de un malentendido. Pero a pesar de mis numerosos fracasos sigo trabajando en ella pues, incluso en los momentos de mayor zozobra comunicativa, es toda una experiencia ver la reacción de los locales ante un guiri que habla un idioma que a ratos se entiende y a ratos no.
Para aquellos que tengan nociones de turco y quieran enfrentarte a las lenguas centroasiáticas con los que está emparentado, tengo que decirles que, efectivamente, hay un buen número de palabras que se parecen y que podrán utilizar en sus viajes. Los números, por ejemplo, son prácticamente iguales y en casi todos los países entienden el var (hay) y el yok (no hay), lo que es un alivio para comprar cualquier cosa. Verbos como almak (recibir, tener), y vermek (dar), gitmek (ir) y oturmak (sentarse) son también similares en casi todas las lenguas con las que me he cruzado, mientras otros como pensar (düşünmek en turco) son falsos amigos, ya que en la mayoría de las lenguas centroasiáticas tushunmok (y sus variantes) significa entender. Hay sin embargo muchas palabras que el turco ha perdido y que son comunes en las otras lenguas túrquicas. La más útiles sean tal vez yakshi (que significa «bien» en español, siendo la k una cosa dificilísima de pronunciar en idiomas como el turcomano), Qanday (cómo) o Qancha (cuánto)*. Con esto y con un poco de gestualidad latina uno puede mantener una conversación en uzbeco, kazajo o kyrguís. O casi.
Mi interlengua, que cada vez se va llenando de más palabros y está afectando las lenguas no intermedias que ya sabía, vivió sus momentos de mayor esplendor y sus más estrepitosos fracasos en Uzbekistán. Entre todos los países que visité este es uno de los más conflictivos respecto a las lenguas que conviven en él. El uzbeco, supuestamente el idioma oficial de la república, a veces no funciona siquiera como lengua vehicular. Y luego nos quejamos de lo que pasa en España.
En Karakalpakistán, por ejemplo, la desértica región del oeste del país, no les gusta demasiado que hables el uzbeco, aunque lo entienden perfectamente ya que su idioma es bastante similar. Sin embargo el viajero enamorará a cualquier karakalpaco si en lugar de decir rahmat (gracias, en uzbeco) dice rahmet (gracias, en karakalpaco). Mucho más complicado fue entenderse en las grandes ciudades turísticas de Bujará y Samarcanda donde el idioma, sin embargo, era el tayiko, una lengua persa que nada tiene que ver con los idiomas túrquicos. Los tenderos parecían despreciar profundamente mis intentos por hablar uzbeco y, aunque nunca sabré si entendían lo que decía, lo cierto es que no hicieron demasiados esfuerzos por ayudarme en mis agónicos balbuceos. Tal vez la edad dorada de mi interlengua la viví en el conflictivo valle de Ferganá donde logré comunicarme con sus simpáticos habitantes que, impresionados con mis habilidades lingüísticas y los famosos equipos de fútbol de mi tierra, me rodearon en un bazar como si fuera el mismísimo Iker Casillas. Sin embargo, a la vuelta a Taskent (que, a pesar de su nombre túrquico, es una ciudad bastante rusa), volví otra vez a perder el delgado hilo que me comunicaba con mi entorno.
En un restaurante medio elegante de la capital de Uzbekistán se me ocurrió mi última noche en el país pedir al camarero la cuenta en mi interlengua (hesob bering, dije, algo que no sé si es del todo correcto pero que en cualquier caso siempre resulta comprensible). El camarero al escucharlo me miró con desprecio y después me dijo en inglés, riéndose, que si quería hacerme entender en Taskent debería hablar en ruso. Caí entonces en la cuenta de que mis investigaciones lingüísticas habían obviado por completo a los rusos, estos antiguos invasores colonialistas que llevan ya muchos años formando parte del paisaje centroasiático, sobre todo en las capitales de las diferentes repúblicas. Nunca han intentado, ni intentarán, comprender las lenguas que les rodean y ni siquieran saben leer los números que aparecen en los billetes que cuentan compulsivamente (siendo en Uzbekistán el billete de mayor valor de poco más de 1€, comprar cualquier cosa requiere de un largo periodo de recuento). Odié al camarero por un momento, aunque después me di cuenta de que en parte tenía razón. Tal y como ya me habían dicho muchas de las personas con las que había mantenido mis conatos de conversación, mis esfuerzos por recrear una lengua pantúrquica no merecían demasiado la pena mientras el ruso siguiera siendo la lingua franca de la zona. Más me valdría haberme esforzado un poco más en mis clases con mi profesora Юлия y haber aprendido a decir, al menos, Cuatro en la lengua de Dostoyevski. Ah, ya recuerdo. Cuatro se decía четыре. No sé cómo se me había podido olvidar.
*Nótese que mi grafía no sigue ningún tipo de norma. Es una de las ventajas de escribir en una interlengua.
Categorías:Asia, Lo que escribo, Lugares, Uzbekistán
Deja una respuesta