La soviética furgoneta se detuvo con un frenazo a la entrada del parque nacional de Tavan Bogd. Además del cartel que marcaba el inicio del espacio protegido, no había allí mucho más que un puñado de ger (que es como se llaman en Mongolia a las yurtas), algunas tiendas de campaña y un río caudaloso, todo ello envuelto en un intenso frío para el que, lo supe enseguida, no estaba en absoluto preparado.
Para los que no habéis leído el blog, en mi búsqueda de los orígenes (en un primer momento de los pueblos turcos, pero llegados a este punto de la misma humanidad) había llegado a un lugar más inhóspito que las Hurdes, provincia de Cáceres. Se trataba de la remota cordillera de Altái que, en los confines de Asia Central, divide a países tan dispares como Mongolia, China, Rusia y Kazajistán. Mi idea era hacer una excursión hasta el glaciar, pero lo cierto es que, con mis prendas de montaña del Decathlon y un saco y una tienda que había encontrado a un precio de saldo en el mercado de Ölgii, aquellos pico nevados me provocaban un sentimiento de temor e infinitud que, a pesar de lo que opinara Kant, no eran nada pero que nada sublimes.
Mi primera preocupación al llegar allí fue pensar en cómo podría pasar mejor la noche para minimizar el impacto del frío. Como preveía que mi cutre-tienda no iba a resistir el embiste de aquella gélida ventolera de agosto, pedí a Aybek, mi conductor, que me ayudara a buscar alguna yurta vacía o, en su defecto, me dejara dormir con él en la furgoneta. El hombre, tal vez asustado por la cercanía física con un extranjero tan extravagante como yo, prefirió más bien la primera opción, así que habló con sus compañeros conductores, todos ellos kazajos, y me llevó a una yurta que estaba vacía. Me pareció un éxito a pesar de que el interior, como podréis comprobar en las fotos, resultaba extremadamente siniestro.

Restos de comida (o de un sacrificio ritual) en el ger de Tavan Bogd
No solo la yurta tenía un techo roto que, sacudido por el viento, producía un ruido estremecedor sino que, para rematar, había un hueso medio mordisqueado y una olla con restos de olorosa comida. Pero era mejor que nada, eso es verdad. Utilizando todos los recursos a mi alcance para conservar el calor, planté la tienda en el interior de la yurta y, al hacerlo, me di cuenta de que su calidad era aún peor de lo que había imaginado. A pesar de su bello estampado de camuflaje, no era muy útil para vivir aventuras, y mucho menos si estas acontecían en la montaña más fría donde nunca había estado. De una simplicidad lamentablemente, no tenía dos capas, sino simplemente una, y estaba toda ella construida de un plástico más fino que el de las bolsas del Mercadona. Después comprobaría que el saco que traía no era mucho mejor. Además no tardó ni una noche en rompérsele la cremallera.

Bonita estampa de una inservible tienda de campaña estilo camuflaje dentro de un sórdido ger mongol.
Aquella noche cené unas latas que había traído y me abrigué a conciencia antes de acostarme. La verdad es que al principio tenía hasta calor pero, tal y como sospechaba, las temperaturas bajarían notablemente durante las horas sucesivas. Había varios picos de frío durante la noche y, si bien el primero, hacia las tres de la madrugada, era soportable si me ponía TODA la ropa que traía (incluyendo el gorro, los guantes y varios pares de calcetines), no había un dios que pudiera con el de las 5.30. Fue en ese momento en el que comprendí que nunca podría dormir en las montañas místicas del turquismo como había soñado. La verdad es que no estaba ni siquiera preparado para dormir allí, a la misma entrada del parque…
Después de una hora de lucha contra el frío, renuncié al sueño y me levanté para dar una vuelta. Moverse siempre produce algo de calor, así que mientras amanecía me puse a caminar, frotarme las manos e incluso a hacerme unas flexiones. También tuve que apartarme de las yurtas y ocultarme detrás de una roca cuando mis intestinos empezaron a dar inequívocas señales de que volvían a estar algo destemplados. Fue entonces, en cuclillas y con los pantalones por los tobillos, cuando el sol empezó a iluminar los picos. Junto al desahogo intestinal, sentí por primera vez la belleza de aquellas hostiles montañas.
Un poco desesperado y sintiéndome débil y cansado, esperé a que los primeros rayos de sol alcanzaran el suelo para sacar del interior de la yurta el saco y tumbarme en él. Mi idea era entrar en calor y dormir alguna horita más. Lo primero fui poco a poco lográndolo, pero no lo segundo. En lugar de descansar, mi cabeza no hacía más que darle vueltas y más vueltas a la situación en la que me encontraba.
En general pensaba que era un imbécil, pero en los momentos en los que no me sentía un completo perdedor me hacía ilusión pensar que todo aquello tenía un sentido. Tal vez se trataba de un paso necesario para la creación del protagonista de este blog novelado. Es verdad que en un principio mis modelos habían sido aventureros más del tipo Miguel Strogoff, pero lo cierto es que lo esperpéntico tenía mucha más cabida en mi cultura y sensibilidad y, a pesar de lo mal que puede sonar, también podía tener su gracia acabar convirtiéndose en un trasuntro cómico de Arturo Pérez Reverte, ¿no? A fuerza de estar solo y emborronar mis cuadernos, después de días de dudar sobre todo, especialmente de mí mismo, había acabado siendo un mero dibujo deformado en mitad de unas montañas muy definidas. Si quería realmente que aquella extraña experiencia tuviera algo de sentido debía seguir escribiendo, y hacerlo además con la sorna suficiente para llegar al punto en el que lo triste da risa y lo gracioso ganas de llorar. A pesar del cansancio, del frío y de la sensación de ridiculez que llevaba días (y tal vez años) arrastrando, imaginé el inicio de aquella novela grotesca de aventuras que vivía. Amados lectores (esta era la primera frase), os pido por favor que me tengáis mucha lástima y que os moféis sin miramientos de mí. Necesito vuestras injurias tanto como vuestro cariño… Y seguía en ese plan con una sucesión de fantasiosas andanzas psicológicas sin un desenlace claro. No había persecuciones ni disparos en esta novela de aventuras imaginarias, pero sí mucho riesgo. ¿Acaso hay algo más peligroso que la sinceridad? (Continuará)

Amanecer en Tavan Bogd. O a lo mejor estaba atardeciendo, no lo recuerdo bien.
Es el mejor blog que he leído jamás
Genial tu blog. Muy interesante estas publicaciones de tu experiencia en Mongolia. ¿Has ascendido al Shiveet Khairkhan? ¿O tienes algunas fotos de esa montaña para compartir?.
Muchas gracias;
Saludos;