Buscando cariño en Kazajistán (y V)

sasha2

O lo que es lo mismo: γνῶθι σεαυτόν. En griego.

Durante mis últimos días en Almaty, pasé casi todo el tiempo en el grande y luminoso piso de Sasha. Ella, que había tenido todo tipo de trabajos (había sido desde azafata de vuelo a vendedora de ropa cara) se acababa de despedir de su última ocupación y no tenía mucho que hacer. Su mayor preocupación en esos días era conseguir una visa para venir precisamente a Madrid, donde ahora está. Su excusa era aprender español, aunque en el fondo, como un Carlos Castaneda cualquiera, quería emprender en España un camino hacia el autoconocimiento a través de las drogas. Estoy casi seguro de que es exactamente eso lo que debe de estar haciendo en este preciso instante.

Si habéis leído toda esta larga historia que acaba en este post, podréis imaginar lo necesitado que estaba de amistad y amor en aquel momento del viaje y lo mucho que podía afectarme la mínima muestra de afecto. Además, por si fuera poco, estábamos en lo más caluroso del verano, así que en cuanto cogimos confianza andábamos por la casa, sobre todo yo, prácticamente desnudos. Mi exhibicionismo no era únicamente físico, y quien siga con cierta regularidad este blog sabrá que tengo cierta tendencia a mostrar mi intimidad. Durante todos esos días que pasamos hablando, comiendo (eso solo yo) y fumando (esto solo ella), sentados en la terraza o tumbados sobre el sofá, siempre en calzoncillos, le conté prácticamente todos mis traumas y problemas. Sasha me escuchó con atención visualizando como acostumbraba un vacío en su interior.

A veces, sin embargo, tal vez para que no se me olvidara que estaba allí en una especie de terapia, se ponía muy pesada con la meditación y yo, por agradarla, le decía que me enseñara. La verdad es que nunca había logrado llegar a un estado de calma en el que observar la respiración, mi cuerpo o incluso los mismos pensamientos, y la primera vez que supe que todo esto era posible fue en aquella casa. Desde entonces he seguido practicando esta técnica (o al menos intentándolo), pero en cualquier caso, aquello que sentía cuando meditábamos juntos (en general erecciones, pero también algunas otras sensaciones que no puedo describir con palabras) no las he vuelto a experimentar después. Según Sasha, durante estas sesiones ella me daba energía, algo de lo que sinceramente debía andar bien falto después de aquel largo trayecto en el desierto. Aunque en el estado en el que me encontraba cualquier cosa con la que me hubiera obsequiado aquella guapa uzbeca me habría venido bien.

De esta manera creamos un curioso vínculo que, al menos para mí, se hacía más y más emocional según pasaban los días. Sin embargo, aunque Alejandra me dijera a veces que me amaba (pero no con un amor romántico o sensual, no creáis), la cosa no estaba del todo equilibrada. Yo, que no soy tan espiritual, no acababa de entender la raíz exacta de sus emociones y cuando notaba que no me hacía suficiente caso me daban estúpidos berrinches de novio celoso. Ella ni siquiera entonces se alteraba. Lo cierto es que a pesar de ese amor que en aquel momento debía de sentir por mí, daba la sensación de que le era absolutamente indiferente. No era nada personal, e imagino que guarda relación con el desapego budista que practicaba. En cualquier caso, nunca me dio la más mínima esperanza de que nuestra relación fuera a pasar a un plano más íntimo, que es lo que a mí me habría gustado.

En cualquier caso, si algo soy en la vida es perseverante. De esta manera traté de sacar a relucir todos mis encantos y traté con todo tipo de argumentos de convencerla de que su amor espiritual se podía volver físico. Ella tenía claro que el destino (o la energía cósmica, no se bien) no la dirigían hacia mí. Además había otra cosa, y es que para su finísima percepción de la realidad yo era algo así como un espíritu femenino. Bueno, reconozco que a veces yo mismo me veo también así, femenino, pero en cualquier caso decidí besarla para que comprobara que podría ser también lo contrario. Ella me dijo que efectivamente besaba como un hombre, pero que igualmente veía claro que era mejor dejarlo ahí y ser amigos, que es lo que somos. Y no volvimos a besarnos más.

Durante aquellos días, sin embargo, no estuvimos todo el día los dos solos. A veces quedábamos con otras personas, generalmente su grupo de amigas que eran tan peculiares o más que ella. El encuentro más sorprendente fue con Hanife, otra gurú de la espiritualidad kazaja que el destino puso en mi camino. Hanife apenas hablaba inglés y, sin embargo, desde el principio sintió una cierto interés hacia mí y un deseo apremiante de comunicarse conmigo. Le guardo mucho cariño a esta mujer delgada, morena y de mirada intensa, aunque he de reconocer que al principio me daban un pelín de miedo sus penetrantes ojos. Quedamos con ella una mañana para ir a las montañas del sur de la ciudad, y en cuanto Sasha le contó que necesitaba ser curado, Hanife se tomó mi recuperación muy en serio. Mientras caminábamos, me cogió de la mano para sentir mi energía. Para no ser menos Sasha se unió y me tomó de la otra, y caminando de esta peculiar forma nos dirigimos a la parada de autobús. Aquello podría haberlo hecho con veintipocos años (a decir verdad, en aquella época hacía cosas bastante más ridículas que esta), pero con treinta y tantos la cosa era más dura. Los transeúntes, no acostumbrados a estas extrañas muestras de cariño, se nos quedaban mirando a nuestro paso. O a lo mejor, quién sabe, les llamaba la atención la energía que desprendíamos…

Las montañas en Almaty están muy cerca de la ciudad, lo que ya había comprobado durante mi cita con Alana. Eso sí, durante el día resultaban mucho más bonitas que por la noche. Nos bajamos del bus a mitad de camino y caminamos hasta llegar un prado junto al río que ellas conocían. Yo quería andar un poco, pero ellas deseaban sentir místicamente la naturaleza, así que me tuve que ir yo solo a caminar. Estuve unos tres cuartos de hora por el monte hasta que llegué a una especie de presa abandonada. No había nadie por allí así que aproveché para saltar a la comba sin comba, una actividad que me mantuvo en forma durante todo el viaje. Después, cuando regresé, Hanife se bañaba en el río, y, ya puestos, también me bañé yo, en calzoncillos una vez más pues no tenía nada más. Después me obligaron otra vez a meditar, esta vez los tres juntos.

Para meditar en grupo tienes que sentarse frente a la otra persona y hacer que las palmas de tus manos se orienten hacia las de tu compañero (una mano hacia abajo y otra hacia arriba) sin llegar a tocarse. Así lo hicimos, pero después de probar un rato los tres juntos sin lograr nada, decidieron que Sasha y yo debíamos seguir meditando juntos mientras Hanife se dedicaba a tocarme la espalda en plan masaje energético. Mientras lo hacía, me informaba de que tenía algo muy oscuro en mi interior, y me pedía que tratara de visualizarlo para ayudarla a sacarlo. Yo hice lo que pude, pero me resultaba muy difícil concentrarme, en parte porque se puso a chispear y de pronto hacía algo de frío, pero también porque había unos kazajos haciendo una barbacoa unos metros por allá que nos miraban con una perplejidad capaz de incomodar al yogui mejor plantado. Aún así, aguantamos un buen rato en esta posición, pero la oscuridad que habitaba en mi interior, la muy jodía, no acababa de salir, y al final a la pobre Hanife se le quedaron las manos dormidas con todo mi mal rollo. Cuando ya se puso a llover más en serio y decidimos volver a la ciudad, Hanife tuvo que quedarse en la montaña para desprenderse de esa sensación que le había dejado adherida a los dedos. Reconozco que, al menos durante un rato, me sentí algo culpable. Luego practiqué el desapego yo también y me dio bastante igual.

Una de las últimas noches fuimos a una fiesta en una especie de chalet. Había gente un poco variada: algunos turcos, varios indios y, entre muchos otros, un español de la oficina comercial. La gente bebía mucho y acabaron bañándose en la piscina de la casa que, a pesar de estar cubierta (o tal vez por esto), tenía un agua francamente congelada. Sasha no se bañó y tampoco bebió nada, sin embargo fumó el único porro de marihuana de la fiesta, del que nadie me avisó ya que, según algunas opiniones, tenía ojos de desequilibrado y tenían miedo de que perdiera el control (como si en aquella ciudad la gente andara muy bien de la azotea). En cualquier caso ya se estaba haciendo tarde, así que después del porro, un alemán que andaba por ahí, que era un tipo cachas, repeinado y de aspecto más que siniestro, nos llevó a casa en su cochazo. Durante el trayecto yo le tuve que dar conversación, pues Sasha, sentada en el asiento de atrás, no abrió la boca. Cuando al fin nos bajamos de aquel coche reluciente y pulcro y nos despedimos de él, Sasha me pidió que la agarrase pues literalmente se le salía el alma del cuerpo. Fue un poco difícil llegar a la casa intentando que aquella chica no se me perdiera para siempre por el cosmos, pero con un poco de cuidado lo logramos. En cuanto entramos en la casa ella se sentó en el sillón y empezó un viaje astral bastante heavy ya que tardó mucho tiempo en volver. Aunque no lo sé seguro, pues cuando regresó a su cuerpo físico hacía ya mucho rato que yo ya me había quedado dormido.

Al día siguiente, mientras desayunaba (yo), Sasha me contó las aventuras que había vivido durante su colocón del día anterior. Entre sus idas y venidas había incluso tenido un rato para preguntar a la conciencia universal sobre mí, lo que me hizo mucha ilusión. La Conciencia (que al parecer habla con una voz muy grave y en primera persona del plural) le había dicho que me dejara de meditaciones y de las gilipolleces que habíamos estado probando en los últimos días. La única forma en que podía sacar toda la oscuridad de mi interior era escribiendo, y si lo hacía con sinceridad tendría incluso éxito. Por una vez estuve de acuerdo con ella.

Aquel fue el último día que pasé en Almaty y a la mañana siguiente iba a tomar mi autobús a China para proseguir mi viaje. Por la noche, antes de acostarnos, Sasha me confesó que en aquellos días realmente habíamos creado algún tipo de vínculo emocional. Yo no respondí, pero sentía que aquel extraño amor espiritual (aunque en mi caso no exento de sensualidad) me inundaba. Entonces nos acostamos sobre la cama y nos abrazamos un rato largo, lo que me hizo recordar a mi amigo Raúl, al que durante una parte de su vida todas las chicas que le gustaban le querían solo como amigo. Después, cuando casi estaba a punto de quedarse dormida, se marchó a su cama y sentí que después de aquel paréntesis volvía a estar solo. Me quedé desvelado pensando en qué exactamente quería decirme la conciencia universal con todo lo que me había pasado en las últimas semanas. Nunca lo sabré, pues hasta ahora no he logrado comunicarme directamente con ella (y la verdad es que prefiero que no lo haga, pues escuchar en mi interior una voz diciendo “nosotros pensamos que…” me aterrorizaría). En cualquier caso, era mejor que me durmiera y dejara de obsesionarme con mi necesidad de cariño. Era muy improbable que en China o Mongolia, que era donde me dirigía entonces, encontrara algo de afecto. Aún me quedaban muchos kilómetros, estepas y soledad en mi viaje en busca de los orígenes del turquismo. Por llamarlo de alguna manera, pues cada vez veía con más claridad que se trataba más bien de una auténtica expedición a lo más profundo de mí mismo.

(Esta canción de Leonard Cohen resume bastante bien mis experiencias de aquellos días. Yo quería que Sasha la escuchara pero cada vez que se la ponía no le hacía el menor caso. Según me decía, se encontraba en ese punto en el que ya no necesitaba de canciones. En fin, tal vez vosotros no hayáis llegado aún a ese grado de desarrollo espiritual, así que escuchad la letra y entenderéis lo importante que fue para mi fue encontrar unas «sisters of mercy» en Kazajistán… Nos vemos pronto. En China.)



Categorías:Asia, Kazajistán, Lugares

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4 respuestas

  1. Me he reído mucho, Hombrerrante. Y espero que hagas caso a la conciencia universal y veamos algún día tu oscuridad interior plasmada en tinta y papel y convertida en fenómeno editorial.

  2. jajajajaja. Qué buena entrada, qué buen viaje y qué bien lo escribes. Creo que un curso de iniciación al sexo tántrico de CCC te habría ayudado con esta chica… Te lo regalo!

  3. Me ha parecido cojonudo amigo. Excelente

Trackbacks

  1. El origen de los turcos – Hombrerrante.

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